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NUEVO cambio en el paisaje urbano de París: dentro de dos años desaparecerá la imagen del parisino o foráneo echando un cigarrillo después de comer o tomar un café sentado en la mesa que el hostelero sacó a la acera precisamente para eso, para que los fumadores miren y sean mirados mientras fuman sin dañar la salud de los clientes que prefieren el interior del establecimiento.

Ese es el plazo, dos años, que el alcalde de la capital francesa ha dado a los dueños de restaurantes, bares y cafés para que eliminen por completo las estufas de gas que proporcionan calor a la clientela fumadora y, en general, a la clientela que prefiere consumir fuera que dentro, pero sin helarse durante al menos la mitad del año. El motivo es precisamente el gas, cuya combustión resulta altamente contaminante. Humo del tabaco y humo del gas, demasiado para el cuerpo. También han de ser retirados -supongo que por razones estéticas, porque ésos no contaminan- los plásticos protectores que sirven de aislantes para combatir el frío y, por el contrario, se colocarán ceniceros suficientes para que el suelo no quede sembrado de colillas.

La patronal hostelera francesa no está de acuerdo, claro, y piensa exigir que la moratoria sea de cuatro años en vez de dos. Ya ha calculado que la nueva vuelca de tuerca contra el tabaquismo va a ahuyentar al veinte por ciento de la clientela. Cálculo que, además de no ser nada científico y basarse en intuiciones pesimistas, está condenado al fracaso. Más o menos, como el de los hosteleros españoles que detallaron sus futuras pérdidas a partir de que el 1 de enero pasado entrase en vigor la nueva ley antitabaco. Lo hicieron a ojo de buen cubero y de nada les sirvió.

¿Cuánto tardará en implantarse en nuestro país el modelo parisino? Quizás no sean los ayuntamientos, más reacios a enemistarse con un sector empresarial tan potente, los que tomen la iniciativa, pero apuesto lo que quieran a que más temprano que tarde alguien del Ministerio de Salud promoverá otra reforma legal más para que las estufas a gas dejen de calentar los veladores de las terrazas patrias. Acabará así, abruptamente, el repentino y efímero esplendor del subsector de estufas para terrazas, cuyas grandes firmas han más que duplicado en tres meses sus ventas de todo un año. Pero no vamos a poner los intereses materiales de un grupo de estuferos por encima de la salud y el bienestar de esos fumadores que se dan al vicio y, encima, se envenenan con el gas de los ingenios terraceros. Aunque esa sea su maligna voluntad personal, el Estado velará en todo caso por su bien.

A todo esto, el clima hace que haya menos necesidad de estufas en Madrid que en París. Las prohibirán de todos modos.

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