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LA imagen de más de dos decenas de impactos de bala en la luna frontal del camión que provocó 84 muertos y otros 52 heridos en estado crítico en la noche del jueves en Niza, en plena celebración del Día Nacional de Francia, da idea del episodio de terror que se vivió en el turístico Paseo de los Ingleses de la conocida ciudad de la Costa Azul hasta que las fuerzas del orden consiguieron abatir a tiros al ciudadano francés de origen tunecino que perpetró el atentado. El ataque, según el fiscal antiterrorista de Francia, François Molins, se corresponde con los llamamientos de los grupos terroristas de corte yihadista a causar muertos indiscriminadamente en Europa. El terrorismo, por tanto, volvió a cebarse con Francia, tiñendo de rojo sangre los otros dos colores de su bandera en el día que conmemora la toma de la Bastilla. El ataque en Niza es el último episodio de año y medio largo de terror: cinco atentados desde el 7 de enero de 2015 -el ataque al semanario satírico Charlie Hebdo-, con un resultado provisional de 236 fallecidos, alguno de ellos con decenas de víctimas mortales; el más grave, los ataques simultáneos el 13 de noviembre pasado en París. No es de extrañar que se haya prolongado el estado de excepción. El ataque del 14 de julio, sin embargo, no se produjo en una capital de un Estado. Niza no es París, ni Madrid, ni Londres ni Bruselas, sino una ciudad media, aunque con gran proyección y atractivo turístico. Es, además, la constatación de que la lucha contra este nuevo tipo de terror, que está golpeando cada poco a Europa -el último gran atentado fue en Bruselas, a finales de marzo-, no es una cuestión que se limite al control de fronteras, ni de las armas de fuego, ni del transporte colectivo. El autor del atentado, Mohamed Lahouaiej Bouhlel, de 31 años, simplemente alquiló un camión con su propia identidad y documentos válidos de ciudadano francés. Y usó el vehículo para lanzarlo a unos 90 kilómetros por hora contra la multitud congregada en el paseo marítimo de Niza, conduciendo en zigzag para causar aún más víctimas. Los detalles del ataque dan idea de lo complejo que es luchar contra este terror indiscriminado, pese a que hasta ahora ningún grupo ha reivindicado la masacre. Europa necesita una política de seguridad común mucho más eficiente. Ya quedó patente en marzo tras el atentado en el aeropuerto y el metro de Bruselas. Todos estos ataques de los últimos meses coinciden con una Unión Europea en crisis, con problemas que ponen en jaque su propia concepción -gestión de la avalancha de refugiados, Brexit...- y que exigen una respuesta de las instituciones comunitarias y los estados miembros que den un horizonte de libertad y seguridad a los europeos.

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