UN año largo se ha tomado la Junta de Andalucía para aprobar un decreto que ya era necesario cuando lo anunció. Es práctica común de los gobernantes: se detecta un problema social, se conmueve la opinión pública por algún episodio negativo relacionado con el mismo y se promete una norma para combatirlo. Luego la norma se atranca por los vericuetos del derecho comparado, la consulta a los expertos, los informes jurídicos, etcétera, y cuando se le da luz verde ha pasado el tiempo (a veces, pasa incluso el problema, resuelto por sí solo o devorado por otros más importantes o simplemente más candentes). Así funciona.

Y así ha funcionado. Más de un año después de prometerlo, la Junta va a obligar a todos los menores que deseen someterse a una operación de cirugía estética a pasar previamente por un test psicológico para valorar su madurez psicológica y descartar desórdenes que hagan contraindicada la intervención. El decreto impone que el informe psicológico lo elabore un profesional independiente del centro sanitario en el que vaya a producirse la operación y que ese centro dé cumplida cuenta de las consecuencias y riesgos de la misma.

En realidad, estas medidas preventivas deberían ser adoptadas por los padres de la criatura, pero la experiencia ha demostrado que éstos no están por la labor de negarle nada a su hijo o hija a disgusto con alguna parte de su cuerpo. El grueso de los adolescentes que buscan la cirugía estética han sido educados -por así decirlo- en el ejercicio de su santa voluntad. Desde niños les han dado todos los juguetes que han querido y satisfecho todos los caprichos que se les han ocurrido y, claro, al llegar a la pubertad la autoridad paterna y materna ha naufragado en un océano de abdicaciones e inhibiciones.

No es posible negar que algunas de estas operaciones son estrictamente necesarias para que los chicos no vivan traumatizados por un defecto físico que les acompleja, aisla y amarga. Pero son muchos los casos en que el deseo de cambio no obedece más que a la moda, el canon estético del momento o un prurito pasajero. Antes los alumnos aplicados pedían una bicicleta o una moto y ahora los que sacan adelante el curso exigen que los padres se rasquen el bolsillo para cambiarles la nariz. El sector actualmente mayoritario en la demanda de cirugía estética lo integran las muchachas en flor, que antes se conformaban con que les dejaran volver más tarde a casa si aprobaban y ahora urgen a sus progenitores a que les dejen operarse los pechos, y paguen, bien para que se los pongan más turgentes, bien para lo contrario, que de todo hay.

Si es por autoestima, deberían considerar lo que confesó Cabrera Infante: "Sólo me excitan cuatro tipos de mujer: con mucho pecho, con poco, con mediano y las que no tienen". Y conformarse.

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