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La tribuna

manuel Bustos Rodríguez

El tiempo no pasa en balde

CIERTAMENTE, el margen de maniobra es reducido. Hay, además, que administrar los tiempos. Quien ve el conjunto suele tener una mejor comprensión de los problemas y su importancia que quien sólo ve una parte. En esto, qué duda cabe, el Gobierno puede conocer más y mejor la compleja realidad de hoy.

Sin embargo, los analistas perspicaces coinciden en que no sólo estamos ante un panorama cada día más complicado, sino frente a una seria amenaza de implosión política y un riesgo evidente de fallo multiorgánico en nuestro sistema, si no se actúa con prudencia, pero también con decisión y presteza. Al PP no se le votó mayoritariamente sólo para arreglar la economía. Como es bien sabido, en situaciones de emergencia, tan mala es la precipitación como la lentitud excesiva o la parálisis. Y esto último es lo que hoy parece dominar el escenario político.

¿Cuáles son los datos de la realidad? En lo económico, quizás el más positivo, parecen atisbarse en el horizonte, tímidos, desvaídos aún por la niebla, algunos signos de remonte. Sin duda, amenazados por las crecientes tensiones sociales y una Europa zigzagueante, que no termina de aclararse y consolidarse.

Pero, como tantas veces he dicho, existe a la vez un inquietante problema de desestructuración política de fondo, que amenaza con arrastrar lo demás en un periodo no muy largo de tiempo. Sobre todo, si lo económico no se enderezara convincentemente en un plazo razonable y, al mismo tiempo, siguen sin acometerse las urgentes reformas de lo político. Los elementos radicales, aunque todavía minoritarios, podrían encontrar un cauce propicio para arrastrar a muchos, por acción o por omisión, hacia sus descabelladas posiciones.

Es apremiante que las instituciones fundamentales del Estado recuperen su credibilidad y eficacia. Empezando por la Corona, en situación de precario y con nulas iniciativas en el cumplimiento de su obligado poder moderador. A continuar luego por los partidos, de manera particular los mayoritarios, cuya incapacidad para los grandes acuerdos de Estado es manifiesta, se ven salpicados por mil una corruptelas y anquilosados para su propia reforma y purificación. Sobre el PP gravita el crónico complejo, relativo a su componente de derecha, liberal y conservador a la vez; sobre el socialismo la falta de cohesión, liderazgo, revisión y deseo de enmendar sus errores. Atrás quedan promesas y principios incumplidos para ambos casos, en aras de situarse donde mejor convenga en cada momento, arrastrados por los acontecimientos.

A falta de decisiones políticas comprometedoras, todo se judicializa, los letrados asumen tareas que corresponden a los políticos y el volumen de causas paraliza los juzgados y eterniza soluciones apremiantes.

Muchos votantes se inclinaron por el PP, animados por sus compromisos de rectificación de los puntos negros de la era socialista: la enseñanza, las leyes contrarias a la vida, la familia y el matrimonio y la reforma del Estado de las Autonomías. Todo ello sigue clamorosamente pendiente, y de no llevarse a cabo a fondo, le restará muchos votos en las próximas elecciones, en tanto podría dejar la casa saneada para que quienes le sigan en el Gobierno continúen ahondando su programa de ingeniería sociocultural, donde se cambian realmente las mentalidades colectivas. O, ¿será necesario quizás fundar un nuevo partido para tomar estas cosas en serio?

Nuestro tiempo no se caracteriza precisamente por la solidez de sus hombres de Estado. A falta de nervio político, la animadversión interregional y la hemorragia independentista siguen su progreso inexorable. Ésta, de vez en cuando, se coagula temporalmente para asegurar y reforzar sus posiciones y pedir ayudas, mientras continúa trabajando gracias a ellas en la disolución de España, sin encontrar más respuesta enfrente que el silencio, la condescendencia o la citada judicialización de sus desafíos. Y todo ello, a pesar de ese continuado: escucho la ley pero no la acato. En el País Vasco, los terroristas y sus amigos ya han logrado entrar en las instituciones democráticas. El pragmatismo actúa entre los partidos clásicos y las formaciones nacionalistas a favor de pasar la página, olvidar las víctimas, el horror y la coacción allí sembradas durante décadas, manteniendo, eso sí, ciertos gestos retóricos; pero, en su momento, la amnesia pasará factura.

En definitiva, bien está el colocar la crisis económica y su solución en el lugar destacado que le corresponde, pero ello no debe paralizar la del resto de los problemas, acuciantes, si se quiere evitar el naufragio. No faltan fuerzas en la sombra que desearían que ocurriera. El día pasa rápido y la noche se viene encima. Las crisis son también tiempos para saber actuar con valentía. La prudencia excesiva puede convertirse en estéril y paralizadora.

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