La Campana

José Joaquín León

El tren de los milagros

SUCEDIÓ el pasado lunes, en el acto de presentación de El Llamador, de Canal Sur, que tuvo lugar en el teatro Lope de Vega. Es sabido que este programa marcó un antes y un después en la información radiofónica cofradiera, sobre todo gracias a la labor de Fran López de Paz y su equipo en las retransmisiones de la Semana Santa. Y cada año, cuando presentan su programa, otorgan una distinción. Hasta ahora nunca habían concedido el Llamador a un imaginero, pero este año se lo entregaron a Luis Álvarez Duarte, con motivo del cincuentenario de la talla de la Virgen de Guadalupe, en 1965 (aunque fue bendecida en 1967). Y allí, en el Lope de Vega, Álvarez Duarte improvisó con esa intuición que Dios le ha dado y dijo algo memorable: "Con la Virgen de Guadalupe me subí a un tren que no podía pasar de largo. Y si hoy estoy en un AVE es gracias a ese tren, que llegó con Ella".

Con la Virgen de Guadalupe arrancó el tren de los milagros para Luis Álvarez Duarte. En la vida de los artistas hay momentos en los que puede pasar  todo o nada. Y, en la imaginería, a veces no depende de la calidad artística de una talla, de su belleza intrínseca, del perfeccionismo. Porque algunas imágenes religiosas están enaltecidas con un alma invisible. Y no ocurre con todas. La devoción viene por ahí. Ese sentimiento, que no se puede explicar, procede de lo sobrenatural de una imagen. Y va calando con el tiempo, hasta darle una dimensión eterna.

En Sevilla tenemos imágenes religiosas de gran valía y de mucha devoción, herencia de otros tiempos. Pero a la Virgen de Guadalupe, en menos de medio siglo, se le ha quedado un puesto fijo entre las grandes, aunque Luis la empezó a tallar en 1965, con sólo 16 años. Y quizá por esa inspiración que sólo puede venir del cielo, le dio una nueva vuelta de tuerca (o de gubia) a la representación de la Virgen joven. Sevilla había convertido a la Madre de Dios en una joven. Álvarez Duarte la representó como una Virgen niña, que se podría considerar menor de edad, y que sin embargo ya era la Madre del Salvador muerto en la cruz. Lo más difícil no era representarla así, sino que lo anacrónico sea creíble. Ahí está el milagro.

Han pasado casi 50 años. Pero el tiempo no ha dejado huellas en su rostro. La Virgen de Guadalupe sigue siendo una Niña celestial, que salió de un sueño para quedarse en Sevilla. Ha ganado en devoción. Ya no es una más entre las imágenes religiosas de la ciudad, sino que su leyenda se ha agigantado. Y cada Lunes Santo, cuando sale de su capilla del Rosario, tiene esa gracia primorosa que se empezó a ver medio siglo antes por las calles de la Judería.

¿Por qué ocurren esos milagros? ¿Por qué unas veces el amor se hace devoción y otras no? Quizá porque hay unos trenes que pasan y otros que no llegan. Sólo aciertan los grandes genios, como aquel niño. Y están en su sitio cuando llega el momento.

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