El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

Al tren se viene meado

La ferroviaria inglesa que eliminará los WC de los trenes simboliza la debilidad de los servicios públicos

EL fenómeno low cost va unido al de la degradación de la clase media. Aunque la eclosión del llamado bajo coste afecta a prácticamente cualquier producto o servicio de consumo de masas, el sector en el que más se ha desarrollado es el del turismo. Todos viajamos a cualquier parte por poco dinero pero, tras una fase de despiporre en la que nos transformamos en doctores Livingstone del XXI vestidos de Decathlon, vino la resaca: si estás de buen año no cabes en el asiento del avión, y debes pagar más por uno de tu medida (es un decir). O vas a viajar de pie en un avión sin copiloto, que aterrizará a las dos de la madrugada en una especie de aeropuerto en medio de la nada. Claro, que hay otras opciones... que se pagan a base de bien. La última muestra de esta re-masificación de los productos y servicios unida a la baratura viene del sur de Inglaterra. La compañía ferroviaria que ostenta la concesión pública, Southern Railways, va a prescindir de los WC en trayectos de 80 minutos. Incontinentes de cualquier sexo, bebedores de diurético té, ¡cuidado! ¿Estamos ante el boom de los pañales para todos, low cost por supuesto?

Sea así o no, los servicios esenciales tienden a privatizarse, y la clase media a convertirse en una clase-masa indiferenciada, sin influencia ni poder de negociación en el consumo. Acelerando este proceso está no ya la crisis, sino la degradación de la capacidad adquisitiva de unos jóvenes -los adultos de mañana, permitan la perogrullada- con menguantes rentas y condiciones laborales, y que tardan más en independizarse. La brecha salarial es así creciente entre empleados estables en vías de extinción y empleados inestables emergentes (?), de forma paralela a la que se da entre rentas del trabajo y rentas del capital. ¿Un discurso de izquierdas? Sólo en un sentido clásico del término. Diagnósticos similares los encontramos en oráculos liberales como The Economist, y en los discursos de los partidos conservadores. No digamos en los de los ultraconservadores, que están en Europa en auge: las últimas elecciones suecas -¡suecas!- arrojan resultados que hubieran sido ciencia ficción hace sólo una década. Olof Palme, Berlinguer, Willy Brandt, Petra Kelly e incluso Helmut Kohl quedan como en otro mundo. Las crisis es lo que tienen: descarnan las verdades y las ponen crudamente al aire. Si se fijan, hay pocas diferencias entre las opciones políticas, al menos en la praxis: si acudimos al programa electoral y atendemos después a los hechos del actual Gobierno, podríamos llegar a la convulsión, por risa o llanto. Esto complica el objetivo de conseguir diferenciarse del adversario político. Aun así, queda la ideología.

Por ejemplo, la fórmula mágica para salir de la crisis tiene ingredientes distintos según el alquimista crea con pasión en el mercado o desconfíe de él, también con pasión. En el primer caso, creeremos que se puede seguir creciendo en el planeta finito; se debe seguir creciendo, y para ello hay que confiar ciegamente en los precios relativos entre los territorios, que hacen que cada uno se especialice en lo que mejor o más barato hace. También hay que ahondar en la liberalización de los mercados (los financieros, que son los que han pegado el petardazo, hay que reformarlos, eso lo conceden todos, sólo faltaba). Y si lo que tú hacías -aceite de oliva, coches, zapatos- lo hace más barato un egipcio o un oriental, pues cambia de oficio… o innova, sé más competitivo, usa bien la tecnología, desplázate a otro continente. Pero no pongas aranceles ni tuteles la economía, no intervengas, no toques a la rosa. En el segundo caso -el desconfiado acerca de los genéticamente benéficos mecanismos de la libertad de los mercados, ¡de los de hoy!-, básicamente uno no se traga esa historia. Sobre todo si uno tiene años y perspectiva y, además, forma parte de la gran clase media decadente y condenada al low cost. Paradojas de la economía global: los estados se empeñan para salvar a la economía de los entuertos causados por desahogados y gente excesiva… y acaban automutilándonse y entrando en un proceso anoréxico. Convirtiéndose en estados, también, low cost.

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