CAMPISMO, fabrismo y matismo son los tres fantasmas de la corrupción (el misterio de la santa inmoralidad: tres que suman la unidad) que han amenazado la irresistible ascensión al poder de Mariano Rajoy. La han amenazado pero no la han frenado ni vencido. Y no por falta de simpatías. En 2006 dijo Rajoy de Matas: "Vamos a intentar hacer en España lo que Jaume y todos vosotros hicisteis en Baleares". De Fabra, en 2004: "Un ciudadano y político ejemplar". Y sobre Camps (de un Camps salvado por los pelos de los trajes pero desnudo frente al mundo: con las vergüenzas al aire): "Tiene mi amistad sincera, mi apoyo y el de los ciudadanos". Lo normal en un país moralmente sano es que los vínculos con los corruptos resten credibilidad; es lo que está ocurriendo ahora mismo en Andalucía con los ERE: cada día, cada declaración judicial de los implicados ante la juez, le supone un mordisco a las magras potencias electorales de Griñán.
¿Por qué a unos sí les resta votos y a otros no? ¿Qué clase de parapeto utilizan en el PP para que los sobornos y los escándalos engorden las perspectivas de poder? ¿Qué hacen los electores para insensibilizarse frente al olor de la podredumbre? Las únicas diferencias que hay entre los ERE y el caso Palma Arena son, digamos, estéticas. Lo de Francisco Javier Guerrero, su chófer y el círculo de amistades y beneficiarios tiene un profundo aire sórdido y costroso; el círculo de Matas es aristocrático. El descaro con que el asistente de Guerrero ha confesado que gastaban 25.000 euros al mes en coca y putas parece entresacado de una escena de la saga cinematográfica de Torrente.
La impudicia con que Jaume Matas contrató con fondos públicos a un periodista para que redactara panegíricos y lo jaleara en los medios afines parece provenir en cambio de una película de mafiosos elegantes. En cada caso prima una estética de depravación diferente. Basta con echar un ojo a las malas compañías. Guerrero se rodeó de sindicalistas y canallas de baja estofa dispuestos a enriquecerse con el dinero de los parados y Matas siguió la línea solemne de la Familia Real. Ni Matas ni Urdangarín podían ensuciarse las manos pactando con los miserables de los ERE, pero sí con periodistas y patrocinadores de oenegés elegantes.
El trasfondo, sin embargo, es el mismo. Sólo que uno cala en la conciencia del votante y otro no. Uno se agota en su propia perversión y el otro renace entre los restos del abono. Ejemplos: Camps avisó ayer a su partido de que está "más preparado que nunca para ser presidente de la Generalitat o del Gobierno" (ojo, Rajoy, con la competencia) y el condenado Matas no ingresará en prisión por cortesía especial del fiscal.
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