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DESPUÉS de varias candidaturas fallidas, el sevillano Alberto Rodríguez logró anteanoche convertir su película La Isla Mínima en la gran triunfadora de los Premios Goya que concede la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Nada menos que 10 estatuillas se trajo para Andalucía el filme, correspondientes a otras tantas categorías, entre ellas la de mejor película, mejor director y mejor actor protagonista, galardones decididos por los miembros de la Academia, lo que equivale a decir los representantes del sector cinematográfico nacional en todas sus vertientes. La noche resultó notoriamente andaluza, ya que a la premiadísima La Isla Mínima hay que unir la entrega del Goya de Honor, por toda una carrera, al malagueño Antonio Banderas -uno de nuestros escasos actores de renombre internacional-, en el transcurso de una gala divertida que fue conducida por el también malagueño Dani Rovira, que a su vez obtuvo el galardón al actor revelación por la taquillera Ocho apellidos vascos. Los premios a la cantante India Martínez y al documental sobre Paco de Lucía dirigido por un hijo del fallecido maestro de la guitarra completaron una velada realmente brillante para el cine andaluz, que quedó consagrado en el panorama nacional. Se trata, al fin, de la consagración de una cinematografía propia, con señas de identidad específicas, alejada de los tópicos que acompañan demasiadas veces la imagen de nuestra tierra y basada en el talento, el esfuerzo y la tenacidad de un amplio colectivo de profesionales del celuloide andaluz (directores, guionistas, actores, productores, técnicos...) que lleva alrededor de 15 ó 20 años persiguiendo un sueño en medio de grandes dificultades, problemas de financiación, falta de estructuras industriales y otras carencias. Quizás son dificultades superiores a las que encuentran los cineastas en otras comunidades españolas, lo que sólo viene a subrayar el mérito de lo que ha hecho el cine andaluz. No la noche del domingo, sino muchas otras noches, y días, de trabajo talentoso y desvelos para poner en pie lo que ahora sus compañeros de profesión de toda España han reconocido. El cine andaluz existe. Los cinco goyas del sevillano Benito Zambrano en el año 2000, con Solas, no fueron el fulgor efímero de una estrella solitaria, sino la avanzadilla de una brillante aportación de Andalucía a la cultura y el arte. Aportación que para no debilitarse y perderse requiere de la protección y la ayuda de empresarios y emprendedores, televisiones públicas y privadas y autoridades y gestores culturales. El talento, ya se ve, está asegurado.

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