el resto del tintero

Juan Manuel Marqués Perales

El triunfo de los templados

VEINTIDÓS años después de que Fraga se retirase en Sevilla para reinventar la AP incapacitada para seducir y trasmutarla en un PP rebautizado, otro gallego -Mariano Rajoy- cierra esta mañana en la misma ciudad el congreso del partido hegemónico de la España de hoy. Ni siquiera Aznar lo consiguió. Su mandato, como el de Zapatero, fue un paréntesis de ocho años en la historia de su partido. Ni el uno ni el otro supieron prolongar los ciclos de gobierno de sus formaciones con otros candidatos. Aznar quemó a Rajoy como Zapatero fundió a Rubalcaba. Herencias envenenadas. El triunfo final de Rajoy arranca cuando el PP cambia la estrategia aznariana anterior, la que gastó entre los años 2004 a 2008, y que se anclaba, exclusivamente, en el mantra de los atentados del 11-M y en la consideración de que sólo ellos luchaban contra ETA: los demás eran, en el mejor de los casos, filonacionalistas. En el peor, amigos de los terroristas. Rajoy, aconsejado por muchos, pero sobre todo por Javier Arenas, que conoce mejor el significado político del centro - son actitudes posibilistas y líquidas más que una ideología-, moderó el mensaje y convirtió al PP en un partido que, lejos de asustar, pudo sumar a su amplio espectro de todas las derechas, a muchos votantes templados, de los que se mueven entre la gaviota o la rosa en función de la situación. La crisis económica y la gestión que de ella realizó Zapatero hizo el resto; por eso a Rajoy le bastó esperar sin arriesgar nada en una campaña electoral que hoy se revela como inútil para conocer los programas de su Gobierno. A los templados los atrajo, y a las izquierdas, las aburrió los bandazos de Zapatero. Al PP, que se llevó años intentando llegar al centro -"¿De dónde vendrían?", se preguntaba Alfonso Guerra-, lo centrará aún más la responsabilidad del poder. A unos, a los partidos de izquierda, los derechiza; a los de derecha, los centra. Rajoy compuso ayer un nuevo comité ejecutivo equilibrado, donde Arenas y De Cospedal mantienen sus contrapoderes, quizás como futuros aspirantes a una sucesión de Rajoy. Algunos mensajes más: la entrada del madrileño Manuel Cobo en la dirección, el hombre que un día fue suspendido de militancia por criticar los modos de Esperanza Aguirre, la lideresa del PP que personifica esa dura estrategia que sólo da frutos en Madrid, desde donde no se ve el país. Y entra, como un calzador, Carlos Floriano, un hombre de Soraya, otra centrada. ¿Y González Pons? No, de esos templados, no. Va a no sé qué de estudios y programas.

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