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La ciudad y los días

Carlos Colón

De túmulos, auditorios y valentones

SEVILLANOS somos todos, ya seamos de izquierdas, de derechas, de centro o de ese ningún sitio en el que tantos desencantados están acabando; creyentes, agnósticos o ateos; de un lado del río o del otro; de centro, de casco histórico o de barrio nuevo; del caserío de la llanura del Guadalquivir o de las urbanizaciones de los altos de los alcores del Aljarafe; del equipo de primera o del de segunda… Lo mismo da, siendo estas diferencias tan importantes, ser de aquí o de allá o ser no ser de aquí ni de allá y no tener edad ni porvenir, que decía Alberto Cortez; porque nos une a todos algo mucho más fuerte que lo que pueda separarnos: la pasión por la obra prometida y no cumplida, la obra no terminada y la obra terminada y abandonada. Tres vicios distintos y una única realidad sevillana verdadera de desidia, mentiras, informalidad, megalomanía de mucha pose y poco esfuerzo, inconstancia, abulia, fardeo…

Lo que Cervantes, que tan bien nos conoció y padeció, expresó como nadie cuando creó al inventor de los balcones del cielo que tanto gustan a los capillitas: aquel tipo que decía, ante el túmulo de Felipe II en la Catedral, lo de "apostaré que el ánima del muerto por gozar este sitio hoy ha dejado la gloria donde vive eternamente". Y si sevillano era el exagerado que se imaginaba a los muertos dejando la Gloria con mayúscula para disfrutar de nuestras glorias con minúscula, más aún lo era el papa frita que le daba la famosa réplica: "Esto oyó un valentón, y dijo: 'Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado. Y el que dijere lo contrario, miente'. Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada". Lo más sevillano de la cosa no es la exageración del entusiasta ni la fanfarronería del valentón, sino el mirar de soslayo, irse y que no haya nada.

Uno de tantos túmulos de Felipe II que nos vuelven locos una temporada fue el Auditorio de la Cartuja. Lo qué no iba a pasar por allí, Dios mío: lo mejorcito de las artes mundiales. Terminó la Expo. Se cerró. No vino casi nadie. Y ahora lo van a tirar para convertirlo en otra cosa que a lo mejor tendrá su día de gloria en 2014 para después seguir el destino, por ejemplo, del Estadio mal llamado Olímpico. Porque se va a tirar, no se engañen. Lo ha dicho su autor y ahora re-autor: "Sólo quedarán del actual edificio la plaza central de acceso, los camerinos y las oficinas. Es el máximo que podremos conservar. Si pudiéramos salvar más partes, lo haríamos. Pero es que lo demás no sirve". Total, 60 u 80 millones de nada. ¿Y qué? Ya saben: miramos al soslayo, nos vamos y no habrá nada.

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