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N O estamos en el negocio de perder dinero", dijo el presidente de Entretenimiento de Fox cuando le preguntaron por Fringe. "Perdemos mucho dinero con esa serie, y con esa audiencia tan baja en las noches de los viernes es imposible obtener beneficios", abundó Kevin Reilly, sin admitir, claro está, que su arriesgada decisión de cambiarla de día y ponerla en la "franja de la muerte" no ayudó precisamente a levantar sus cifras. Todo por la obsesión de la cadena de resucitar el éxito en ese espacio horario de la legendaria Expediente X, el espejo de Fringe. La criatura de la factoría Abrams y sus colegas Kurtzman y Orci nunca lo ha tenido fácil y cuando lo podía haber tenido tampoco cogió el camino más corto. Se trata probablemente de la serie con la barrera de entrada más alta: habría que hacer un máster para engancharse a su cuarta temporada sin haber visto las anteriores. Es una obra con picos, con subidas espectaculares y profundos valles. Tan inteligente, brillante y loca como su verdadero protagonista, el doctor Walter Bishop -menudo caso Fringe la continúa sequía de premios para el magistral John Noble-.

Su complejidad puede resumirse, que no entenderse, en un párrafo. Se trata de una serie sobre una división especial del FBI que investiga extraños fenómenos paracientíficos y se mete en una guerra entre universos, con hasta cuatro universos y líneas temporales paralelas, con sus correspondientes personajes y alternativos. También hay unos extraños seres, calvos vestidos de ejecutivos cincuenteros, llamados observadores. Y cambiaformas, unos replicantes que suplantan a los seres humanos persiguiendo no se sabe exactamente qué pérfido objetivo.

Admitámoslo: Fringe es un galimatías. Pero es nuestro galimatías. Los pocos que hemos llegado hasta aquí constituimos una audiencia pequeña pero militante. Al fin y al cabo hemos invertido horas y horas en una serie que casi obliga a estudiar, que apenas hace concesiones, fiel a sí misma hasta el precipicio. Algunos también la ven por Anna Torv, la agente Olivia Dunham, aunque quien espere que se quite la ropa para subir la audiencia se quedará con las ganas. O porque es la única serie de ciencia ficción digna -que nadie ose mencionar ese autoplagio barato que es Alcatraz- de la actualidad. El caso es que Fringe enfila sus últimos episodios de su cuarta temporada sin que se sepa si habrá una quinta. Y aunque sus productores ejecutivos aseguran tener un final conclusivo que vale lo mismo para un roto que un descosido, por un lado los fríos números dicen que no será renovada. Pero por otro cada vez hay más rumores sobre la negociación entre la Fox y la Warner, el estudio que la produce, para un nuevo año siempre que bajen los costes. O la tercera vía, a la Friday Night Lights, que consistiría en la serie siendo emitida y costeada por otra cadena, de cable o en abierto. Hablando de universos paralelos...

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