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Carlos Colón

Algo va mal en lo hondo de nosotros

ALGO va mal, muy mal, cuando el número de suicidios no deja de aumentar en España. Hace pocos días se ha hecho público que en nuestro país se suicidan anualmente más de 3.000 personas. En los últimos 50 años se ha pasado de una tasa de seis suicidios por cien mil habitantes a once. Algo en principio incomprensible, dada la espectacular mejora de las condiciones objetivas de vida -políticas y sociales, económicas y laborales, colectivas y personales- en este último medio siglo. ¿Alguien podría afirmar que se vivía mejor en 1962 que hoy? No. Y sin embargo, la tasa de suicidios por cada cien mil habitantes casi se ha duplicado desde entonces.

Ensombrece aún más esta tragedia el aumento de suicidios entre los jóvenes. Según recientes estadísticas, al descender el número de fallecimientos por accidentes de tráfico, el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte entre los 15 y los 24 años. De ellos más del 90% tienen como causa un trastorno psiquiátrico, y más de la mitad, la depresión.

Está claro que algo va mal, muy mal, entre nosotros. Y en lo más hondo de nosotros. Porque estos suicidios no tienen, en principio, causas objetivas o materiales que la política o la economía puedan solucionar. Tienen que ver con trastornos psíquicos, inestabilidad emocional, vacíos afectivos, desestructuración familiar o inducciones ambientales negativas. Agravados por las carencias educativas que privan de ese conjunto de enseñanzas, saberes y convicciones que permiten otorgar algún sentido a la vida.

España aún ocupa un lugar medio en la tasa de suicidios europea. Lo pavoroso es que su aumento suele ser proporcional al nivel de vida y desarrollo. Como si en estos últimos decenios para progresar se hubiera tirado, como lastre inútil, lo que hace que la vida sea digna de ser vivida. Está claro que no hemos nacido para producir y consumir como bestias, sino para amar y conocer como seres humanos. El círculo cerrado producción-consumo, la pérdida de referentes ideológicos o religiosos y la conversión del ser en cosa generan desequilibrios y angustias que pueden inducir al suicidio.

Siempre recuerdo cuando leo sobre estas cosas el principio de Candilejas. Chaplin salva a una joven suicida. Cuando le pregunta por qué lo ha hecho ésta le contesta que porque la vida no tiene sentido. Sorprendentemente el genial Chaplin, que tanto sabía sobre los dolores de la vida tras su infancia desdichada y miserable, le contesta: "Pues claro que la vida no tiene sentido. Es usted quien tiene que dárselo". A esta ardua tarea de dar sentido a la vida algunos le llamamos religión. Y todos debemos llamarle humanismo.

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