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la ciudad y los días

Carlos Colón

El valor de las cosas

AUNQUE pueda no parecerlo, lo que sigue tiene que ver con la crisis. Y más de lo que usted cree. En El camino a casa de Zhang Yimou un funcionario que vive en la ciudad regresa a su pequeño pueblo natal tras la muerte de su padre. Procedente de un mundo en el que las cosas no tienen más valor que su precio, ni más durabilidad que la programada por los fabricantes para incentivar el consumo, descubre con asombro que su madre aún vive en otro en el que las cosas tienen el valor que dan a lo necesario quienes carecen de lo superfluo, son fieles compañeros de camino que recorren toda la vida junto a sus dueños y se reparan en vez de tirarse. Uno de los momentos más emocionantes de la película es el dedicado al reparador de loza que va de pueblo en pueblo arreglando los modestos enseres domésticos dañados con amorosa parsimonia. En España los hubo. Se llamaban lañadores.

El valor de las cosas. El valor instrumental de su ser usadas hasta extenuarlas, de su acompañarnos convirtiéndose en parte de nuestro mundo, de su hablar de nosotros cuando ya no estemos, como si tras tan larga y estrecha convivencia hubiera quedado en ellas algo de nosotros mismos. El valor contemplativo que les otorga quien sabe descubrir con asombro agradecido la belleza de las cosas más sencillas. Y el valor estético que les añade quien -Zurbarán, Sánchez Cotán, Chardin, Fantin-Latour, Van Gogh- tiene la maestría de desvelar la esencia de las cosas a través de la representación de su apariencia.

Los tres valores que tan conmovedoramente supo ver unidos Martin Heidegger en los viejos zapatos de labriego pintados por Van Gogh: "En la oscura boca del gastado interior bosteza la fatiga de los pasos laboriosos. En la ruda pesantez está representada la tenacidad de la lenta marcha a través de los largos y monótonos surcos de la tierra labrada. […] Bajo las suelas se desliza la soledad del camino que va a través de la tarde que cae. En el zapato vibra la tácita llamada de la tierra, su reposado ofrendar el trigo que madura… […] Por este útil cruza el mudo temer por la seguridad del pan, la callada alegría de volver a salir de la miseria, el palpitar ante la llegada del hijo…".

El valor de las cosas. Escribía anteayer que la libertad que otorga la sobriedad es hoy un peligro para el círculo producción-consumo en el que nos hacen girar como burros ciegos uncidos a una noria que muele para otros. Quien cuide los objetos para que duren es un "terrorista" que atenta contra lo inducido por la moda o impuesto por la obsolescencia programada. De este amor "terrorista" hacia las cosas trata el último libro de Luis García Montero. Quede para mañana.

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