La tribuna

Alfonso Ramírez De Arellano

El valor de la dignidad

Es una frivolidad escribir sobre los derechos humanos desde el primer mundo, desde uno de los países llamados desarrollados? Desde luego, frente a la falta de agua potable, la falta de alimentos o la falta de medicinas que padecen tantas y tantas personas en demasiados países, cualquier cosa dicha desde la opulencia de Occidente puede parecer insignificante, pero no lo es.

En Occidente también se vulneran los derechos humanos. La llamada violencia de género, el tráfico ilegal de personas o el ejercicio de la prostitución en condiciones de semiesclavitud son algunos ejemplos.

También se tergiversan confundiendo, por ejemplo, la representación política democrática conseguida con tantos esfuerzos con la representación teatral que desarrollan los políticos ante los medios de comunicación, de tal manera que el escenario de la democracia se parece a veces más al mercado que a la asamblea.

No nos referimos al control económico y financiero de la política, que también, sino a la dramatización y mercantilización de la actividad política a través de los medios de comunicación. En tanto en cuanto la política depende de los medios de comunicación corre el riesgo de convertirse en un producto de consumo.

¿Hay algún vector que atraviese las políticas, los países, las divisiones este/oeste y norte/sur? Creemos que sí, varios. Uno de ellos es la educación en su sentido más básico y fundamental que implica también la socialización o, lo que es lo mismo, la adquisición de la capacidad de vivir en comunidad, que es la única forma de existencia de la especie humana.

¿Podemos afirmar algo que sea útil o significativo para todo el género humano desde la educación? También creemos que sí. Hay algunos valores universales en los que se puede y se debe educar a todos los niños y niñas, a todas las generaciones sean de donde sean. Valores que excluyen el sometimiento (activo o pasivo), la violencia, el abuso de poder y muchas otras infamias. Y, para no pecar de idealista, llegado el momento, también enseñan a morir con dignidad.

¿Cuáles son estos valores? El primero de todos es en el que se basa la declaración de derechos humanos: la dignidad.

La dignidad es el pilar básico del resto de los valores humanos. La dignidad afirma el valor de cada ser humano por el mismo hecho de serlo. Como esas familias nobles que saben inculcar a sus miembros la importancia de pertenecer a ellas, de ser quien se es por nacimiento, nosotros, la gran familia humana, debemos transmitir a todos nuestros miembros, particularmente a los niños, el orgullo de formar parte del género humano.

La dignidad también está en la base de la autoestima, de la que tanto se habla últimamente. Detrás de muchas situaciones de sometimiento o indefensión en las que se encuentran inmersas demasiadas personas hay una merma, lógica, de autoestima, que hace aún más difícil su superación.

Pero no debemos confundir los efectos temporales sobre el estado de ánimo de la llamada autoestima con la dignidad. La dignidad es más básica. Apoyándose en ella, a veces sólo en ella, se pueden reconstruir vidas rotas (por accidentes, guerras, desastres naturales) en las que hablar de autoestima parecería fuera de lugar. También por ella los individuos y los pueblos son capaces de plantar cara a las injusticias asumiendo riesgos extraordinarios.

Educar en la dignidad significa fortalecernos contra las situaciones de sometimiento, de dependencia patológica, de indefensión aprendida, etc., vacunarnos contra la cobardía y la subordinación ante la injusticia.

El sentimiento de dignidad implica un valor supremo que no sólo hay que mantener durante toda la vida (y hasta frente a la muerte), sino también la obligación de cultivarlo, de acrecentarlo, de transmitirlo a los demás y a las generaciones venideras.

Sólo sobre su base puede construirse un auténtico sentimiento de respeto por los demás. Sólo desde el respeto a uno mismo y a los demás es posible desarrollar un vínculo de solidaridad. Todos los valores humanos implicados en el dar y el recibir (generosidad, agradecimiento, compartir, aceptar, ofrecer...) también dependen de la propia dignidad en el sentido de considerar valioso lo que damos de nosotros mismos y recibimos de los demás.

"Eres una persona única, eres una persona valiosa, eres insustituible, eres una persona digna de respeto", es algo que todos los padres deberían decir a sus hijos, algo que deberían hacer cumplir en su familia, en su entorno inmediato y en su comunidad. Con esto último, con el ejemplo, les mostrarían también a los hijos la importancia de la defensa activa de la dignidad.

Desde un punto de vista laico, la dignidad es el valor al que hay que subordinar todos los demás. Porque la consciencia de la propia dignidad también es básica para alcanzar la autonomía personal, y sin autonomía no hay libertad.

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