RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

El velo

EL velo, en realidad, es una amputación. Podría explicarse como una tradición, como un uso o costumbre cultural, pero es mentira. También el mismo argumento puede usarse a favor de la ablación del clítoris, y no por eso gana una razón de ser, porque la excepción cultural no puede significar, en ningún caso, una merma continua del Derecho. Vivimos en un Estado de Derecho, y esa condición a todos nos ampara, y a todos nos obliga. El contrato de adaptación para inmigrantes que propuso Rajoy hace meses no se sostenía, era imposible: quién puede aclarar cuál es la costumbre española en las maneras, y quién puede decir que sea certera y haya que imponerla a los demás. Haga cada cuál con su vida lo que quiera, ame como quiera y a quien quiera, forje así su ocio en una voluntad de alegría o tristeza, de vida o de suicidio. La trampa de aquel contrato es que promulgaba un descubrimiento falso, condenando lo que ya se había condenado, porque la cuestión no consistía en admitir o no cierta costumbre, sino en atajar, de manera directa y punitiva, cualquier conducta tipificada en el Código Penal.

Nos vienen unos años de una gran adaptación. El futuro, el verdadero, ya sólo es posible desde la inmigración: no sólo por un sentido estricto de justicia, sino también porque es la fuerza voraz de un tiempo nuevo, y ya no habrá barreras ni fusiles que puedan detener este aluvión. La nueva vida, entonces, será mucho más rica que hasta ahora, y nuestra sociedad será pluricultural, y tendremos grandes capitales como Londres, París o Nueva York, sin movernos de España. Habrá guetos, como siempre los ha habido, pero también habrá barrios en los que las diferentes razas, religiones y etnias convivirán en la alegría perfecta. Se hablarán otros idiomas en la pescadería y en la tienda de verduras, y nuestra literatura, como nuestro cine y nuestra música, adquirirá matices diferentes, otra plenitud: porque la mejor literatura, y nuestro mejor cine y nuestra mejor música, la crearán hijos de inmigrantes, con ese gran legado cultural, pero nacidos ya en España, y españoles también. Ya ocurrió en Francia, cuando la selección comandada por Zidane ganó la Eurocopa y el Mundial, en un mosaico de pigmentaciones, religiones y procedencias raciales, dentro del mismo equipo, esa imperial Francia de Zidane. ¿Cuál es el único límite en esta integración? Únicamente el Estado de Derecho y los códigos legales, exactamente igual que para cualquier español.

El velo, en realidad, es la negación de la mujer, de su libertad sexual, de su viva presencia, y guarda un paralelismo medieval con el hábito monjil. Pero las órdenes católicas se escogen, mientras que el velo, como su mayor putrefacción, el burka, es una castración vital de la mujer, un yugo mortal disfrazado vilmente de excepción cultural.

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