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EL paisaje de nuestras ciudades va cambiando aceleradamente por culpa de la crisis. Las colas en las oficinas del INEM aumentan en la misma proporción que se reduce la clientela de los bares de barrio. Los despachos de abogados matrimonialistas están mustios, porque es muy caro divorciarse y dividir en dos partes más o menos iguales los ingresos de antes que, además, andan en peligro, mientras florecen otros modestos negocios, como el de la reparación de calzado o la costura para la calle.

También ha cambiado el paisaje callejero propiamente dicho. Un simple paseo de media hora te hace comprender la profundidad y gravedad de la crisis. Fíjense bien. Nunca ha habido tantos bajos comerciales cerrados y polvorientos, cada uno con su correspondiente cartel de Se vende o Se alquila, carteles que son como la lápida escueta y sentenciosa del comercio que ha tenido que cerrar para que no lo devoren las telarañas. Lo más adecuado sería poner Se quiere vender o Se quiere alquilar porque de hecho ni se vende ni se alquila, sólo se intenta, que es muy distinto.

¿Cuántas tiendas han tenido que liquidar sus escasas existencias y subir la persiana metálica a la espera de un traspaso que no llegará o de una venta que mucho menos? ¿Cuántos bares abiertos al calor de la prosperidad de barriadas habitadas por matrimonios jóvenes con dos sueldos se han visto forzados a echar el cierre porque ha caído el consumo de cerveza y el café se toma en casa? Podrían colocar en la puerta otro cartel clásico en los eventos: "No hay billetes". Pero en sentido literal. No hay billetes en los bolsillos.

Y esto no es nada comparado con ese otro paisaje urbano de los comedores en los que monjas y otros seres benéficos alivian la necesidad de miles de personas que no tienen otro sitio donde comer, ni siquiera en sus casas. Ya no son los pobres de toda la vida, del lumpen y la marginalidad, sino trabajadores de mediana edad que han perdido el empleo y la esperanza de encontrar otro, emigrantes y familias que apenas sacan para pagar la hipoteca. O el de los rebuscadores de alimentos que acechan cada noche en los alrededores de los supermercados, esperando que los empleados saquen a los contenedores de basura los alimentos caducados o en mal estado.

Zapatero anda comprometiéndose a no dejar a nadie en la cuneta. Ya son muchos los que están en ella, como los colectivos a los que me he referido o el millón de parados que no tienen derecho al subsidio. Aunque parezcan invisibles, son ellos los que llenan esas colas del INEM y merodean por los contenedores de los supermercados y los comedores de caridad. Los que pasean por una ciudad y leen los carteles de lo que se vende o se alquila y en esos carteles querrían ver el augurio imposible de una recuperación que está lejos.

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