Llegó el día, el primer gran día del curso futbolístico. Llegó ese partido España-Italia que nos tiene en vela. Dos campeones del mundo, uno muchas veces campeón y el otro muy reciente, colisionan inoportunamente. Ya se sabe que luego hay una repesca, pero las repescas, a veces, las cargas el Diablo y mejor no tentar a la suerte. Por eso, lo de esta noche en Chamartín es un duelo en el que uno de ellos caerá en esa carrera rumbo a Rusia.

Se trata de un choque de trenes que han escrito la historia con muchas estaciones comunes. Italia era nuestra particularísima bestia negra hasta que les dimos con el tiquitaca en los mismísimos morros. El tiquitaca dañó tanto al catenaccio que éste se recicló hasta lograr que la squadra azzurra perdiese mucho de su ADN. Sin embargo, a pesar del cambio, la multicampeona Italia conserva su indiscutible rigor táctico y esa listeza natural de encontrar petróleo donde menos se piensa.

Dos campeones en un duelo que no va a primera sangre, sino que será letal para el perdedor. Y en esta hora se viene a la memoria aquel gol que hizo De Rossi a muy poco del final como contrapeso del que marcó Vitolo tras apoteósica cantada de Buffon. Aquel penalti de Sergio Ramos a Eder y que transformó el centrocampista romanista le proporciona a este choque de hoy una importancia capital. Y así las horas cabalgan en una cuenta atrás apasionante e impropia a estas alturas de curso.

Lopetegui no da pistas y guarda sus planes como si de una decisión vital se tratase. Y, como a todo lo largo de esta concentración, las dudas continúan y las especulaciones se multiplican. El gran coliseo de la Castellana se abarrotará, un billete para el Mundial del año próximo sale a la venta, y ya lo de menos es si vamos a jugar sin ariete referente, si Villa volverá a enfundarse la camiseta roja o si será Morata el afortunado. Es un España-Italia y un Mundial espera, nada más y nada menos.