Cada verano se produce una auténtica revolución en las plantillas en general y en las de Sevilla, muy en particular. Con mucho éxito en Nervión y todo lo contrario en Heliópolis, los vestuarios acogen nuevos inquilinos en masa, por lo que procede a la reconversión del equipo y a que sean muy pocos los futbolistas con auténtico arraigo en el club que les paga. Son los tiempos que nos toca vivir y nada que objetar, pero por qué no recordar cosas.

Todo ese arraigo, que casi siempre era una especie de a la fuerza ahorcan, fue diluyéndose a partir de la abolición del derecho de retención. Aquello era una especie de esclavismo en el que al futbolista no le quedaba otra que aguantar como buenamente podía; o sea, siempre. Y así veíamos grandes ejemplos de continuidad bajo una camiseta, práctica que se ha vendido como un alarde de fidelidad que ya no se lleva. Y lo cierto es que esa fidelidad era absolutamente obligada.

Cuando parecía que con aquel decreto 1006/85 iba a quebrarse la veneración al ídolo, resulta que no ha sido así. Las aficiones futbolísticas son de los más claros ejemplos de que sólo importa el presente y que cambiar de ídolo es tan fácil que se produce cada verano. Antaño, cuando uno aún creía en los Reyes Magos, un ídolo como Juan Arza no tenía recambio, ya que el grandísimo futbolista navarro estaba atado al Sevilla igual que a su esposa, hasta que la muerte los separase.

Ciñéndonos al fútbol según Sevilla, cada verano se diseña un equipo casi nuevo con diez o doce caras nuevas. En el Sevilla, dicha práctica ha dado muy buen resultado, ya que ha llenado de plata la vitrina y de euros la caja. La errática gestión en el Betis dio unos resultados diametralmente opuestos, esperándose que en este verano en que parece todo más racional, las cosas se arreglen. Ojalá ocurra así en ambas aceras, sobre todo viendo cómo también se cambió el puente de mando.