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La ciudad y los días

Carlos Colón

También viajan las maletas

AHORA que tantos pueden ir a tantos sitios gracias a las ofertas o a los vuelos de bajo coste, todos los sitios se parecen más entre sí. Y como si ese mal no bastara, un alto número de viajeros -hasta los que van a los más lejanos y exóticos países- se divierten en su punto de destino haciendo exactamente lo mismo (con algo más de intensidad etílica, si cabe) que los fines de semana en su lugar habitual de residencia. Y en locales idénticos a los que cotidianamente frecuentan, siendo difícil saber si los del extranjero imitan a los nativos para que el turista se sienta como en casa; si los nativos imitan a los extranjeros para dar un toque exótico o internacional a las diversiones de fin de semana; o si todos obedecen a una especie de franquicia global.

Es desesperante. Cuando las ciudades y las formas de divertirse eran tan distintas como para hacer fascinante e instructivo viajar, eran pocos los que podían hacerlo. Y ahora que muchos se pueden permitir viajar casi no vale la pena, bien porque todo sea cada vez más parecido o porque las limitaciones educativas y culturales hagan que se busque lo mismo en todas partes. Con lo que se demostraría que viajar es instructivo cuando se está instruido y es placentero cuando se ha sido educado para los placeres. Ya decía el clásico que vale más saber latín que ir a Roma. Ya dijo alguien que si viajar instruyera, las maletas serían sabias. Y ya escribió G. K. Chesterton que viajar ensancha la mente, a condición de que antes de emprender el viaje se tenga mente.

Lo pienso viendo este alud de programas televisivos que han adaptado la fórmula de Callejeros a los residentes en otros países o a los santuarios internacionales de la diversión. Lo intuyo tratando con algunos alumnos de paso por Sevilla que participan en ese programa que, al titularse con el acrónimo de European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, toma en vano el nombre latino de Erasmo. Y lo pensaba ayer viendo en nuestro periódico las fotografías de una terraza chill out y un pub irlandés que ofrecen sus encantos en nuestro Aljarafe.

No es que por tratarse de Sevilla todo deba ser un decorado de cal, rejas, macetas, flamenco y faralaes. Ni muchísimo menos. Pero de eso a la multiplicación de locales que -aquí o en cualquier otro lugar próximo o remoto- son idénticos los unos a los otros, media ese sensato término medio que aconseja el sentido común. Incluso podría afirmarse que la impostura de lo tópicamente andaluz tendría aquí más sentido que la impostura irlandesa o el colorín de la tontería posmoderna.

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