SIEMPRE que alguien se rasga las vestiduras ante los resultados de una encuesta relacionada con la educación, la percepción de la realidad y las expectativas de futuro profesional de los jóvenes, las vestiduras rasgadas suelen ser caras y de marca. Leo en una información de la compañera Noelia Márquez que el 40% de los estudiantes de ESO y Bachillerato quieren ser funcionarios, valorando la estabilidad laboral y la seguridad de un sueldo. Esto escandaliza porque dista mucho del espíritu emprendedor y la iniciativa que exige el mercado de trabajo. Pero a lo peor los jóvenes ven cómo los papás funcionarios no son despedidos (al menos de momento) y tienen un ingresos limitados, pero estables, mientras que otros papás están en paro o han visto mermados sus ingresos y reducido su patrimonio hasta extremos dramáticos. A lo peor han aprendido que el duro y esforzado trabajo no siempre da fruto, que la dedicación eficaz a una empresa no siempre es reconocida, que las decisiones sobre su futuro profesional no las toman los superiores inmediatos que conocen las capacidades del trabajador y no dependen de la excelencia de su trabajo. A lo peor, también, quienes tienen responsabilidades han olvidado que la educación no es sólo una herramienta para el crecimiento económico, y que éste no supone necesariamente una mejora en la calidad de vida y la salud democrática, como sostiene Martha C. Nussbaum. Su libro Sin fines de lucro se abre con esta cita de Tagore: "La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Este proceso, asistido por las maravillas del avance científico, está alcanzando proporciones gigantescas, lo que causa el desequilibrio moral del hombre y oscurece su lado más humano bajo la sombra de una organización sin alma". Y se cierra con esta llamada: "Si no insistimos en la importancia fundamental de las artes y las humanidades [en la educación], éstas desaparecerán, porque no sirven para ganar dinero. Sólo sirven para algo mucho más valioso: para formar un mundo en el que valga la pena vivir".
Se preguntaba Hölderlin: "¿para qué poetas en tiempo de penurias?" Pueden preguntarse los jóvenes de hoy: ¿para qué ser emprendedor en un mundo en el que no vale la pena vivir? "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo", dijo Arquímedes. Los jóvenes necesitan un punto de apoyo para moverse en el mundo y para mover sus propios mundos. Porque ese punto de apoyo -llámese arte, humanidades, ética, religión, ideología, capacidad reflexiva o como se quiera- es lo que hace la vida digna de ver vivida.
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