AL vicepresidente Solbes le chirría la idea de que una empresa pública extranjera compre Repsol, según dijo ayer tarde. Menos mal, porque hasta que habló Solbes lo que chirriaba cantidad era la inopia y la inhibición del ministro de Industria, Miguel Sebastián, que reaccionó a la misma noticia con un tancredismo espectacular: "una operación privada empresarial sobre la que, como siempre, el Gobierno no opina".

¿Cómo que no opina, Sebastián? ¿No es el mismo Gobierno que defendía a sangre y fuego la necesidad de grandes empresas nacionales en los sectores económicos decisivos? ¿No se enfrentó a Bruselas hasta hacer fracasar el desembarco de la alemana E.ON en Endesa? Para una vez que peligra nada menos que el control nacional del suministro de gas, el ministro se pone estupendo y dice que es un asunto privado, cosa de empresas en el mercado libre.

El peligro existe. La rusa Gazprom, que es la empresa extranjera de la que hablaba Solbes, tiene interés en comprarle a la constructora Sacyr -necesitada de numerario- el veinte por ciento que posee en el capital de Repsol, la mayor petrolera española. Ocurre que Gazprom no es una empresa normal. No porque sea rusa, sino porque es un instrumento de poder de los que mandan en Rusia. El actual presidente de Rusia, Medvedev, fue presidente de la compañía con anterioridad. Allí lo puso Vladimir Putin, que es quien corta el bacalao en la Rusia actual (volverá a ser jefe del Estado cuando Medvedev saque adelante la reforma constitucional que lo haga posible). Bueno, además del bacalao, corta también el gas a media Europa si le hace falta para zanjar sus disputas con Ucrania o Bielorrusia.

No sólo de gas vive el hombre ruso (Gazprom tiene intereses también en banca, construcción, seguros y medios de comunicación, y casi medio millón de empleados), pero más de la mitad de los suministros de gas a la Unión Europea proceden de Rusia, y si Rusia cerrara el grifo alguna potencia iba a quedarse sin energía para sus industrias y para sus hogares. Putin ha encontrado en el gas de la Rusia postsoviética un instrumento de hegemonía y penetración que Stalin no pudo ni soñar con todos sus arsenales, su bomba atómica, su guerra fría y sus guerras calientes. El comunismo en Europa se cayó solo, pero aquellos dirigentes rusos que se orientaron bien en el tablero del capitalismo globalizado han visto en el control del gas el mecanismo preciso para reconstruir sus sueños de superpotencia. Y sin las monsergas de la ideología. Sólo con mucho gas y muchísima sed de poder.

Esperemos que Solbes sea capaz de transformar el chirrido que le produce la operación en el golpetazo brusco de la puerta que se le cierra a Gazprom. Que vengan los rusos, pero no a eso.

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