COMO estaba previsto, Mariano Rajoy fue investido ayer por el Congreso presidente del Gobierno con la abstención del PSOE, cuyo grupo parlamentario vivió una de las jornadas más difíciles de su historia. Atrás queda un año convulso y estéril en el que se ha perdido gravemente el tiempo en unos momentos en los que están en juego asuntos capitales como la recuperación económica o el desafío de los independentistas catalanes. Pero eso ya es el pasado. España tiene ya un presidente y el próximo viernes -según desveló ayer el propio Rajoy- tendrá un Gobierno que deberá mostrar un marcado perfil político y negociador. Ya es hora de ponerse a trabajar para, urgentemente, aprobar unos Presupuestos Generales que logren el milagro de cumplir con el objetivo del déficit marcado por Europa y contente a partidos como Ciudadanos y el PSOE, que han manifestado en repetidas ocasiones su oposición a los recortes. Posteriormente, el Gobierno y los grupos parlamentarios tendrán que emplearse a fondo para sacar adelante los pactos prometidos por Rajoy, como los de las pensiones y la educación. La sesión de ayer en el Parlamento dejó muy claro que esta legislatura no va a ser fácil. Rajoy insistió en que no va a modificar su legado y el PSOE aseguró que no le concederá ni un solo día de cortesía al nuevo Ejecutivo. Veremos momentos muy agrios en el hemiciclo. Mención aparte merecen las intervenciones de los representantes de diversas formaciones de la izquierda radical -con Pablo Iglesias a la cabeza-, que se emplearon a fondo en humillar e, incluso, insultar al PSOE por su abstención. La desmedida intervención del representante de ERC, Gabriel Rufián, y sus insultos a la presidenta de la Junta quedarán para los anales de la bajeza política y demuestran hasta dónde están algunos dispuestos a llegar. Sólo con un auténtico trabajo político de los partidos constitucionalistas basado en el diálogo y el rigor se podrá desactivar a los demagogos que quieren convertir nuestro Parlamento en un basurero.