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Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en Icade

Adoctrinar en el odio

Todavía hoy en 2017 hay mucho odio. Se adoctrina para ese odio. Para polarizar, para hurtar la razón. Se adoctrina a base de mentiras y falsedades

Adoctrinar en el odio Adoctrinar en el odio

Adoctrinar en el odio / rosell

Sabido es que no se educa, sino que se adoctrina. Conocido es que no se valora, se desprecia, con desdén y descaro. En España se desprecia mucho. Tal vez, demasiado. Se odia. Se insuflan esos vientos de odio. Es una cuestión de educación, de respeto, de comportamiento conductual, pero también de débil socialización. El insulto gana espacio, el desdén hacia el otro, la mascarada, la mentira, la falsedad, el hablar mal de otros. Tal vez, es genético; tal vez, es la misma condición humana. Tenemos que señalar, tenemos que culpabilizar culpas propias en cabezas ajenas. Somos una sociedad acomplejada, profundamente acomplejada, donde los valores y los compromisos se erosionan, se ningunean, se relativizan absolutamente. Falta ejemplaridad, compromiso, lealtad, honestidad y, sobre todo, principios. Una sociedad voluntariamente anestesiada. Vivimos en una narcolepsia, acríticos, sin convicciones. La credibilidad no importa, la coherencia se denigra.

Vivimos en sociedades abiertas, plurales, integradas y, a priori, multiculturales. Ninguna raza, ni credo, ni cultura es superior ni mejor que otras. Somos lo que somos. Lo que hemos sido y seremos para otros. Siempre esto último que nos recuerden. Nada hay más frágil que la vida humana. Que el paso del tiempo para el ser humano. Pues sólo el tiempo es eterno en su infinitud. Nosotros no. Pero odiamos, pero despreciamos, pero somos así, cobardes y mezquinos, negando para otros lo que queremos para nosotros. Insultando. Denigrando. Humillando al pequeño niño o adulto que es de otro color, de otra condición, de otra religión. Al político, al vecino, al profesor, al compañero de trabajo. Somos nauseabudamente soberbios, clasistas incluso. No queremos saber nada de ellos. No nos importan.

Despreciamos al diferente. Al foráneo, al que no es igual que nosotros. Aunque también despreciamos al que lo es por la envidia y la carcoma que nos corree interiormente. No nos duele la mirada -siempre ausente para nosotros- del inmigrante. Cómo y en qué condiciones vinieron a nuestras sociedades occidentales, probablemente más huecas, vacías y hedonistas que las suyas. No queremos ni ponernos por un instante en su situación, en lo que han o no sufrido, en cómo nos ven ellos, en cómo ven que nosotros les vemos. Hagan la prueba. A lo mejor su forma de mirarles cambia. Es fácil insultar, despreciar, descalificar, pero es mejor amar, confiar, abrazar, creer. Es fácil proferir descalificativos, insinuaciones peyorativas. Ese negro, el negrata, el que vino en patera, el moro, el judío, el latino, el panchito, el musulmán de …, el sirio, el gay, el homosexual, la lesbiana, el ateo, el cura, …, pues todos sabemos el tono, el énfasis, la forma en cómo se profieren al pronunciarlos. Cuando significan insulto y cuándo forman parte del lenguaje.

Todavía hoy en 2017 hay mucho odio. Se adoctrina para ese odio. Para polarizar, para hurtar la razón. Se adoctrina a base de mentiras y falsedades. Mucha visceralidad, demasiada falta de educación. Abundante estupidez o, si lo prefieren, estulticia, algo más culto y no tan vulgar para que los oídos sensibles no se alteren o mustien. Mucho odio, mucha miseria humana y moral.

Es el pecado capital de las sociedades modernas y voluntariamente vacías, países, y muchas sociedades que miran para el lado de la indiferencia, la falsa culpa, la hipocresía. Como escribió Nelson Mandela en su autobiografía en Rhode Island, cárcel-símbolo del odio, la miseria y la maldad humana, en su libro Long walk to freedom: "…Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario."

El odio nos destruye, nos conduce a un abismo de inmoralidad, vacío, cinismo e hipocresía que erosiona al final nuestra propia libertad, nuestra existencia, nuestra forma de ser parte de una sociedad y para la sociabilidad. Es una forma de violencia que destruye el ser. Que lo envilece, que lo encierra en una cárcel propia y envolvente. A él y a su familia, a sus amigos, a sus vecinos.

Los prejuicios nos corroen. Es una forma de fanatismo. Pero prueben una cosa: intenten ponerse en la mirada de cada uno de ellos, de esos que son despreciados, odiados; a lo mejor descubren que ellos no les miran de ese mismo modo. A lo mejor son más humanos que usted y que yo. Se odia al distinto, al que piensa de otra manera. Se odia a los símbolos por que éstos forjan identidades. Y no se quieren sociedades con identidades. Sigamos permitiendo el adoctrinamiento. Por que la culpa es sólo nuestra. Por asentir, consentir y no hacer nada. Asepsia pasiva de pensamiento crítico.

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