Tribuna

josé manuel sánchez del águila ballabriga

Abogado

Injusticia y desorden

En todo este clima provocado por la muerte de Gabriel Cruz, aparece una voz distinta, serena y mesurada: la del abogado de oficio, que muestra su confianza en un juicio justo

Injusticia y desorden Injusticia y desorden

Injusticia y desorden / rosell

Es célebre aquel aserto del conservador Goethe que afirmaba preferir la injusticia al desorden. No dijo exactamente eso, pero más o menos ésas fueron sus palabras, cuando despreciaba solemnemente al populacho enloquecido y ávido de sangre tras el asedio de Maguncia, en 1793, ese pueblo que buscaba la justicia o "su justicia" pese al desorden. Tras él, vinieron otros pensadores; el mismo Radbruch y sus iuspositivistas, aunque luego abjuraran de aquella especie de doctrina jurídica por culpa del mismo nazismo.

Desde aquellos lejanos postulados ha pasado mucho tiempo, el suficiente como para entender que, hoy por hoy, no se entiende esa antinomia y que deben de ser conciliables el orden y la justicia. Pero sigue habiendo locos incendiarios, como cuando esa macabra Maguncia que inspiró a Goethe en ese tiempo lejano, y sigue habiendo un pueblo ávido de venganza y sin freno. Y volvemos (o más bien nos hacen volver) a la vieja tesitura: orden o justicia.

Desde hace varios días no se lee otra cosa. Un brutal asesinato, una pobre víctima de la maldad, ese niño tan risueño y tan bonito, y una "presunta", inesperada asesina con todas las papeletas para hacer que se vuelquen contra ella todas las voces y todas las plumas. Nuevamente, como cuando Maguncia, el pueblo, los medios, los viejos vecinos de hace muchos años, se lanzan contra el cuello de la dominicana detenida. Es más, en ese afán loco y desmesurado de desquite social, se lanzan contra el mismo padre del pequeño asesinado con la excusa de que pertenecía a un partido de la extrema izquierda. Parece que todo vale. Pero así no se lucha, no es juego limpio, eso pensamos. Resulta verdaderamente mezquino irrumpir de este modo, aprovechando el tirón, en el dolor ajeno.

Comprobamos cómo, desde un rancio integrismo, por algunos se viene a atribuir esta canallada a un desorden moral de la familia, a una especie de depravación por la que hay que pagar, algo así como: "Cómo no iba a ocurrir, si el padre deja a una y se va con otra y deja a su hijo en manos de ésta, y todos tan contentos". Otros, en el otro bando, a punto de la enajenación, se atreven a culpar de este crimen, de tanta maldad, al mismo sistema capitalista. Demencial.

Y más grave aún nos resulta que sea una autoridad la que afirme frente a los medios de comunicación que, con motivo de la detención de la dominicana, se va a volver a investigar por la Policía la muerte supuestamente accidental (caso archivado por la justicia), acaecida hace muchos años, de una hija de la detenida. Se viene a decir: "Si mataste a un niño, es muy probable que mataras a esa niña, tu hija". Increíble en pleno siglo XXI.

Todos se enfurecen, nos enfurecemos, contra la presunta autora del crimen. Se encuentra el cadáver del pequeño, y luego viene el multitudinario entierro al que acuden autoridades, ministros y presidenta incluidos, todo un exceso por fuerte que haya sido el impacto social de este tenebroso crimen. En todo este clima de dolor, y de indignación más que respetable -y que no se puede menos que compartir-, pero también en medio de este innombrable espectáculo (hay ciudadanos que exigen a gritos en la calle la ejecución inmediata de la detenida), aparece una voz distinta, serena y mesurada: la del abogado de oficio. Poco puede decir en este trámite de su difícil trabajo -poco puede y debe decir, pues tiene que atender a su deber profesional de secreto-, pero parece que tiene clara una cosa: que espera un juicio justo. Y no puedo, como colega, sino mostrar nuestra inmensa simpatía con esa humilde como razonable aspiración: un juicio justo; con reclusión permanente revisable o no en el caso de que haya condena. Eso ya se verá. Mientras tanto, mientras llega esa justicia, sobran los gritos y los insultos, las caóticas algaradas en las redes sociales, las descalificaciones desordenadas, a veces tan groseras, y la rabiosa inquina.

Y es que, de seguir así las cosas, todo sería un auténtico desorden y este caos que todo lo permite hará más difícil la justicia. Y no es que prefiramos la injusticia. Es que podemos enmendar la plana al mismísimo Goethe y afirmar que no es posible la justicia sin orden (y creo recordar este aserto de conveniencia en la boca del viejo profesor Navarrete). Sin orden, sin mesura y sin garantías, sin respeto a las normas, jamás podrá hacerse justicia, esa a la que todos aspiramos para que la sociedad, a través de sus tribunales, pueda castigar justa y cumplidamente a quien cometió este terrible crimen.

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