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Tribuna

Esteban ferNández-Hinojosa

Médico

Transhumanismo

¿Puede el cuerpo humano considerarse simple material biológico y quedar al socaire de todo avance tecnológico?

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Transhumanismo

Tras la caída de las grandes utopías del siglo XX palpita un relato de tintes ideológicos vinculado a la biotecnología. Dicha corriente sostiene que tales avances, integrados en la corporalidad humana, ampliarán los confines de nuestras vidas al incluir mejoras cualitativas en la dimensión corporal, para alcanzar con el tiempo el ideal poshumano. Sus teóricos sostienen que la especie humana no es el fin sino el comienzo de una nueva etapa de la evolución. Lo desconcertante es que especulen con que los avances tecnológicos puedan superar el destino mortal que pende sobre nuestra naturaleza. El sello tecnológico estamparía cualidades tanto cognitivas y de insospechada memoria, como el remodelado de nuestra identidad personal.

Hemos inventado lentes para ver lo extremadamente lejano o pequeño, la imprenta para mejorar la memoria, diseñado escuelas para ampliar nuestros conocimientos, y hemos revolucionado el planeta en la era de internet. Muchos elementos tecnológicos han sido incorporados dentro de nosotros: prótesis, marcapasos o lentes intraoculares, con el propósito de paliar deficiencias y mejorar la expectativa de vida de enfermos y discapacitados. Ha imperado una finalidad terapéutica.

Ahora comienza el trascendimiento técnico de lo humano, el ser humano como objeto de su propia creación. Surge así un interrogante ético: ¿podrán decidir las próximas generaciones sobre el patrimonio físico o genético de la especie humana? Ninguna creación debe olvidar la exigencia ética de no dañar al planeta ni a sus habitantes. El relato transhumanista propone superar la fragilidad de nuestra condición a través de la integración de la biotecnología, nanotecnología, eugenesia, tecnología de la información, la neurociencia y la robótica. ¿Puede el cuerpo humano considerarse simple material biológico y quedar al socaire de todo avance tecnológico?

Más allá de curar enfermedades, se trata de mejorar a quien no está enfermo (human enhancement) con técnicas genéticas, con tecnologías potenciadoras de las funciones cerebrales u otras como las de elección reproductiva o las de procedimientos criónicos -como si al poshumano le fuera permitido saltar los confines de la vida-.

El cuerpo forma parte de la compleja estructura del ser humano. Cambiarlo implica alterar su constitución. Nos estructura también una dimensión social que interactúa con el medio. Y esa relación la lleva a cabo el cuerpo mediando entre el yo y el mundo. La intimidad se expresa en el cuerpo, la dimensión carnal de lo humano en la que todo hombre y mujer puede expresarse. Así las cosas, ¿qué significa la mejora del cuerpo? ¿Mejorar la empatía con unas dosis de Oxitocina? ¿Mejorar la capacidad cognitiva con algo de Ritalín? Lo pregona el polémico filósofo neoyorquino Matthew Liao, quien -en mi modesto parecer- desconoce la factura psicosomática que a largo plazo pagarían quienes practicaran el hábito de consumir diseños farmacópeos persiguiendo tales ficciones. Además de la negligencia de aplicar técnicas aún no perfeccionadas, otro riesgo se cierne: convertir la corporalidad en objeto de mercadería.

Mientras se perfeccionan las aplicaciones técnicas hemos de mejorar nuestra formación intelectual y humanística, y no sólo profesional. Destaca con todo criterio el profesor Rodríguez Valls, de la Universidad de Sevilla, lo extraño que resulta que muchos se apunten al transhumanismo sin ser antes humanistas. Esto es, sin conocer el valor de lo humano despojado de todo aditamento técnico. Si bien la sola compasión promueve el uso de la técnica con fines terapéuticos, ¿qué necesidad hay de mejorar al no-enfermo? Será cuestionable si significa someter el cuerpo a modas de temporada u otros intereses espúrios. El ciudadano tiene la responsabilidad de conocer las propuestas antropológicas de este manifiesto cuya noción de la naturaleza humana abre un horizonte sobre el que se ciernen novedades morales y sociales de consecuencias imprevisibles para nuestro patrimonio genético, nuestra dignidad y libertad y para nuestro futuro como especie.

La evolución continúa. Ahora es, sobre todo, técnica y social. La cultura ha tomado el relevo. Internet es un cerebro global en período de gestación que nos vincula a todos a la velocidad del electrón. La complejidad continúa su galope, y la ciencia, como corresponde, no discierne sobre su intencionalidad. Nuestros cerebros poseen todos los estratos de la evolución de la inteligencia. Cuando se forma en el vientre materno, el cuerpo humano recorre aceleradamente el camino de la evolución animal. Sea nuestra visión científica o mística, lo esencial es que somos una mota de polvo, una chispa en el conjunto del universo. Sería una verdadera pena que cometiéramos el error de olvidarlo.

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