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Una dudosa herencia Una dudosa herencia

Una dudosa herencia

A los escaparates de las librerías llegan con la primavera los primeros ejemplares de lo que seguramente será una avalancha de nuevos libros sobre 1968: el 50 aniversario. Nuestra sociedad, heredera directa de aquella fecha después de pagar el impuesto de sucesiones, cumple su medio siglo.

Una fecha capital que vino a cambiarlo todo en el mundo desarrollado y va mucho más allá de un año tumultuoso. Desde Berkeley a Tokio, pasando por Roma, Berlín, Londres, México, Atenas y, por supuesto, París la "década prodigiosa" (1965-1975) supuso una crisis de civilización que empezó por liquidar la llamada "América feliz" de los años 50 del pasado siglo (tan bien retratada en sus dibujos por Norman Rockwell) y terminó con el destrozo completo de la enseñanza (desde la enseñanza básica a la Universidad), convirtiendo al profesor en un colega de sus alumnos sin mayor autoridad; así, hoy un estudiante suspendido puede denunciar al catedrático por el "autoritarismo" que supone "imponer sus opiniones científicas en clase" (sic). Para la mentalidad sesentayochista, dominante ahora en las aulas, mantener la auctoritas del maestro es un delito. No obstante, ciertos historiadores consideran que todo eso fue un liberarse de la opresión moralizante de los años 50. En cualquier caso, el final de unos valores que habían dado coherencia a la sociedad sustituidos por valores nuevos. Un cambio de paradigma.

Hubo liberación sin duda. Se liberó la mujer, y no es poca cosa. Nuevos adelantos técnicos fueron para las amas de casa de clase media y trabajadora la ruptura de una cadena de siglos: la lavadora y el lavavajillas le permitieron conocer por primera vez el tiempo libre, mientras la pilule liberaba sus costumbres y sus hábitos sexuales. Tomó fuerza entonces un feminismo amable que hizo de la mujer la compañera igual del hombre; aunque nada parecido a su heredera la ideología de género, convertida en doctrina oficial del Estado por Zapatero y Rajoy. Nada que ver tampoco con las rigurosas damas predicantes de un nuevo puritanismo capaces de acusar de crápulas a los Padres del desierto.

"Debajo de los adoquines está la playa", es una de las pintadas famosas del Mayo francés del 68. No fue un eslogan más o menos ingenioso pero vacuo. Era el despertar de una conciencia y una manera distinta de mirar la tierra que llega hasta nuestros días. La preocupación por mantener a salvo de la rapiña la belleza del planeta camino de convertirse en una pella de basura o en un bloque de cemento y atmósfera irrespirable. Lástima que esa hermosa preocupación haya dado origen a una Iglesia Verde de fe dogmática con ortodoxos teólogos perseguidores de herejes.

Pero sobre todo la década prodigiosa nos ha legado un salto civilizatorio colosal: la tolerancia. Tolerancia ideológica, racial, religiosa, estética y de costumbres que antes jamás existió a lo largo de la Historia. Tolerancia, pues, que liquidó una intolerancia universal de siglos; tanto más horrible cuanto que no sólo venía de arriba, desde el poder, sino también desde abajo, desde el fondo de las multitudes. Era la plebe romana la que gritaba a los emperadores "cristianos a los leones"; era el populacho de cristianos viejos quienes más aplaudían las hogueras del Santo Oficio y eran los blancos pobres del sur de Estados Unidos quienes nutrían las filas del Ku Klux Klan. Hoy, el Occidente entero ha asumido como propia la tolerancia y a cualquiera escandaliza la intolerancia de los fanáticos.

Pero con el transcurrir del tiempo lo que han sido actitudes virtuosas derivan y pueden degenerar. Cabe confundir la tolerancia con un relativismo que poco tiene que ver con ella. Todos tienen razón; todas las culturas son iguales y merecen el mismo respeto, desde la alta cultura de la Atenas de Pericles a la de las mujeres veladas, la ablación del clítoris y la poligamia; no existen verdades absolutas y, en consecuencia, no debemos criticar ni opiniones ni creencias. Buenismo y pensamiento débil que dejan indefensa a Europa.

Cuando Sarkozy ganó las elecciones presidenciales en Francia, uno de los puntos de su programa prometía recuperar los valores perdidos en los desórdenes de 1968. Sin embargo, algunos historiadores progresistas sostienen que la herencia del 68 ha sido un factor de progreso. ¡Faltaría más! También en Andalucía datos irrefutables demuestran cómo el Impuesto de Sucesiones resulta tan oneroso que muchas personas se ven obligadas a renunciar al legado para evitar la ruina.

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