Tribuna

Sebastian rinken

Científico titular del Instituto de Estudios Sociales Avanzados

Los espectros del pasado

Las elecciones de 2017 acentúan la tendencia hacia una fragmentación cada vez mayor del sistema político alemán: ganan los partidos menores, pierden los principales

Los espectros del pasado Los espectros del pasado

Los espectros del pasado

A grandes rasgos, los resultados de las elecciones celebradas el pasado domingo en Alemania confirman los sondeos preelectorales, pero lo hacen con matices significativos. El partido democristiano (CDU) y su socio bávaro (CSU) ganaron con gran diferencia sobre el segundo clasificado, pero su porcentaje de votos, el 33%, se quedó por debajo de lo previsto. Con un 20,5% de los sufragios, también el partido socialdemócrata (SPD) se quedó algo corto en relación con los pronósticos, cosechando sus peores resultados desde que se fundara la República Federal Alemana. En las encuestas, Alternativa para Alemania (AfD) había figurado junto a Liberales (FDP), Verdes y La Izquierda, entre las cuatro formaciones con posibilidades de alcanzar el tercer puesto. El hecho de que la formación derechista se haya alzado finalmente con dicho puesto marca un antes y un después para el sistema político alemán. En los últimos años, el populismo derechista ha resurgido en varios países europeos, pero en ninguno de ellos se habían perpetrado crímenes tan monstruosos en nombre del nacionalismo como en la Alemania nazi. De ahí que el éxito de la Alternativa revista una enorme carga simbólica.

Nada más salir los primeros avances de los resultados, el candidato socialdemócrata se apresuró a descartar una reedición de la Gran Coalición que ha gobernado Alemania desde el 2013. Tal celeridad se explica por el desgaste sufrido por el SPD como socio menor de Merkel, en combinación con la necesidad inapelable de que los socialdemócratas pasen a desempeñar el papel como primera fuerza de la oposición. Un papel que, de repetirse la Gran Coalición, correspondería al AfD. A partir de esta negativa, solo queda una opción viable para la formación del gobierno: un ménage à trois del CDU/CSU con los partidos liberal y verde.

El líder liberal ya ha señalado su disposición para entrar en negociaciones. En el segundo gobierno Merkel (2009-2013), el FDP sufrió en carnes propias el desgaste que supuso ser su socio minoritario: en las elecciones de 2013 se quedó por debajo del 5% exigido para obtener representación parlamentaria. Aliviado por haber finalizado su travesía del desierto con un respetable 10,7%, los liberales aspiran ahora a recuperar su tradicional rol como partido bisagra: entre 1949 y 1998, el FDP participó de forma casi ininterrumpida en gobiernos liderados bien por los democristianos o bien por los socialdemócratas. Empero, en aquel entonces, los dos principales partidos sumaban, entre los dos, hasta un 90% del total de los votos, mientras que actualmente no alcanzan ni el 65%. Las elecciones de 2017 acentúan la tendencia hacia una fragmentación cada vez mayor del sistema político alemán: ganan los partidos menores, pierden los principales. CDU/CSU y FDP no alcanzan una mayoría en el nuevo Bundestag.

Así pues, la gobernabilidad de Alemania dependerá del más pequeño de los seis partidos con representación parlamentaria, los Verdes. Aunque históricamente mantuvieron una relación conflictiva con el FDP, al ser éste proclive a subordinar la protección medioambiental a los intereses económicos, no cabe duda de que los Verdes aceptarán el reto: en parte por temor a verse castigados en una hipotética repetición de la contienda electoral, en el caso de fracasar la formación del gobierno. En parte, también, impelidos por el deber de asumir su cuota de responsabilidad en el intento por reconducir el lamentable éxito de la ultraderecha.

Éxito que no se debe solo a la controvertida política migratoria de Merkel, sino en términos generales a la orientación centrista de muchas de sus líneas de actuación, así dejando un espacio político a la derecha del CSU/CSU que el AfD está sabiendo aprovechar. A la chocante retórica neo-nacionalista de dicha formación se suman otros resentimientos, como por ejemplo el rechazo machista de un mundo en el que el cargo más poderoso del país es ejercido por una mujer. Entre los varones residentes en la parte oriental de Alemania, es decir, aquella que hasta la reunificación había conformado un Estado-satélite del imperio soviético, los sufragios a favor del AfD duplican la media nacional; en Sajonia, región del extremo sur-oriental del país, el AfD es el partido más votado. Las razones de ello no son solo económicas, sino sobre todo socio-culturales.

Aunque no se hayan alejado mucho de las previsiones, los resultados de estas elecciones equivalen a un terremoto. Los diputados nacionalistas contarán con una posición privilegiada para contaminar el discurso político con sus clamores; las relaciones entre los futuros socios de gobierno se presagian frágiles; asimismo, sus políticas serán menos europeístas de lo que cabía esperar en vísperas de los comicios.

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