Todo volvía a depender, como siempre, más de la capacidad de sentirse decepcionado que de la de decepcionar.

Si no hay en España un pacto educativo es porque nadie lo quiere. A ver qué trastos nos íbamos a tirar a la cabeza.

La sociedad española no quería ver a ETA metida en política. Lo que quería era no ver a ETA ni en pintura.

Cerrar la actividad cultural durante dos semanas afectará al sector mucho más allá de ese plazo.

Hasta ahora acusaban cierta marginalidad. Nadie les hacía caso. Ahora tienen altavoces y representación parlamentaria.

Tenemos la oportunidad de calibrar la eficacia del Estado autonómico en términos de solidaridad nacional.

Las previsiones económicas que afrontamos son las que corresponden a país podrido no de coronavirus, sino de rencor.

Sin un instrumento legal que garantice los recursos, la atención obligada a las NEAE en las aulas queda en nada.

La pandemia nos lleva a una orilla en la que tener mucho puede no servir de nada y ser mucho puede significarlo todo.

La realidad ha impuesto un marco cuya gestión exige romper los moldes acomodaticios del partidismo.