Temprano, muy temprano, a oscuras todavía, fui a buscar a tientas mis regalos. Al ver que en la chimenea no estaban me abrigué y salí en su búsqueda. Llegué muy lejos, las luces del coche como un faro me guiaban. Dejé el duro asfalto y me introduje en el carril de tierra. Bajé y me senté a esperar el nuevo nacimiento de la estrella en una fría y resbaladiza piedra. Un confortable sonido me acompañaba: el trino de un madrugador pájaro oculto en alguna rama del paraje. La Luna, que se iba, solo me quiso mostrar la mitad de su belleza. "Al inundar de brisa los pulmones" recibí el primer presente: sentirme livianamente viva.

El segundo, llegó del fondo de un mar que no veía: la luz de un nuevo día. Los rayos se encargaron de rasgar el negro papel de la noche y uno tras otro aparecieron los colores, sus tonalidades y las formas del resto de regalos: el verdor de los árboles, el azul del agua, el blanco de la fina niebla, la nívea escarcha, onduladas laderas, escarpadas montañas, el vapor emanando de la tierra por el contraste del frío de la noche con el calor de la mañana, el laborioso tejido del musgo en la piedra como un manto… Todo intacto y nuevo, para estrenarlo. Los recibí con la misma emoción que cuando monté en mi primera bicicleta o subí temerosa a los patines de cuatro ruedas que tanto deseaba… mi ansiada muñeca, su carrito de paseo, los lápices de colores, las libretas, los cuentos, las maletas nuevas del colegio…

He vuelto a casa con las manos vacías y todos mis regalos en el pecho: aromas, sonidos, imágenes… bueno… algo traje conmigo: una piedrita blanca del camino y una ramita de romero prendida en el cabello. Con nadie me encontré en aquel oculto bosque para poder celebrar y compartir los presentes que la vida cada día nos ofrece.

Ya solo quedaba acercarme a casa de mi madre y esperar, junto con los de mi sangre, a que ella abriera un poco la puerta de la habitación cerrada a cal y canto hasta que todos estuviésemos presentes, se asomase y dijera como siempre ha dicho: ¡Sí, han venido los Reyes!

La bondad de la naturaleza y la familia, siempre tan delicadamente generosa y atenta. Ambas sabían que este año me mantuve firme ante una gran promesa con la finalidad de intentar ser mejor persona. Los regalos de Reyes recibidos… no tienen precio.

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