Nada está por empezar, todo tuvo su origen hace mucho tiempo. No nos engañemos, nada se fragua en un propósito mientras comemos las uvas con algo rojo o con un añillo en la copa con la que se brinda. Es necesario un cúmulo de días, incluso años, de saturaciones, de tropezar una y otra vez con la misma piedra, de intentos fallidos hasta que lleguemos al pleno convencimiento. Es necesario que llegue justo ese día en el que todo te quede más que claro: transparente.

Esta noche a las doce no cambiará nada de lo que estuviese sucediendo horas, días o meses antes. Las cosas no son fáciles transformarlas, a los propósitos hay que darles el tiempo necesario para estar seguro de que realmente los deseamos o que estamos preparados para que sucedan. Hay veces que la voluntad se quiebra, que las excusas se cuelan una y otra vez mermándote las fuerzas sin descubrir que son puros engaños que nosotros mismos nos hacemos. Con el tiempo uno se va dando cuenta que es más eficaz el convencimiento que el propósito. El propósito, objetivo que se pretende conseguir, la voluntad fácilmente lo vulnera; el convencimiento, movido por razones, lo fortalecen la experiencia y el tiempo. Cuando uno tiene una decisión tomada no es tan difícil después llevarla a cabo como cuando es un propósito sin sólidos argumentos.

Hay un continuo nivel de exigencia en el ser humano que acaba por pasarnos factura. La mente no está en el cerebro, la mente está en todas nuestras células y cada propósito hecho sin pleno convencimiento repercute sobre todo nuestro sistema. Si, por ejemplo, se quiere dejar de comer dulces porque nos engordan, es más saludable saber el origen del porqué del acto de comerlos. Qué necesidad nos impulsa a atiborrarnos castigando el cuerpo. Podremos ir a un dietista que nos pondrá una dieta en la que conseguiremos nuestro propósito pero no habrá convencimiento. El convencimiento vendrá cuando se descubra que la adicción a lo dulce la produce la falta de dulzura en la vida. Y esa falta de dulzura vendrá dada por una serie de situaciones vividas, producidas en nuestro entorno, que hemos aceptado como creencias. Si no llegamos a este origen y modificamos la creencia de que, por ejemplo, no somos dignos de recibir dulzura, el cuerpo pensante reaccionará ante esta mentira y este miedo provocándote una enfermedad.

Reflexiona antes de alzar la copa y pídele, mejor, a cada célula de tu cuerpo para el 2017 pleno convencimiento.

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