Provincia

Pedrera vuelve a la rutina

  • Dos semanas después de los disturbios xenófobos, los rumanos han vuelto al trabajo en el campo y al pueblo ha regresado la calma que siempre hubo

En la calle San Juan de Pedrera, a un lado de la calzada, hay un pequeño montículo de arena en el que se aprecian unas manchas negras de una sustancia viscosa. Es el aceite del radiador de un viejo Seat Toledo propiedad de Daniel, un ciudadano rumano al que una turbamulta le destrozó el coche la tarde del 7 de enero. Un grupo de personas le volcaron su vehículo, como hicieron con otros nueve coches propiedad de ciudadanos rumanos vecinos de este pequeño pueblo de la Sierra Sur. Lo hicieron en venganza por la paliza que tres rumanos habían asestado la noche anterior a Ignacio Pérez, el Platero, un vecino del pueblo que iba con su mujer al tanatorio y que tuvo la mala suerte de cruzarse con los agresores. El coche de los rumanos chocó contra el del matrimonio de Pedrera y se inició una discusión que acabó en agresión.

"Entiéndame, no estoy bien de ánimo. Prefiero no hablar del asunto. Quizás más adelante. Le ruego que me disculpe". El Platero no quiere entrevistas. Dice que está muy afectado por lo ocurrido, por el hecho de que un accidente de tráfico y la posterior paliza terminara en unos disturbios xenófobos que llevaron el nombre de Pedrera a las portadas de los informativos de toda España. Diez días después, los rumanos que provocaron el accidente y la agresión han sido condenados a pagar 180 euros de multa cada uno de ellos y ya se han ido del pueblo. El resto de la comunidad rumana se ha reincorporado al trabajo en el campo y no se han registrado más incidentes, más allá de algún comentario o insulto lanzado desde un coche contra alguno de los extranjeros.

La mancha de aceite del Seat Toledo de Daniel es el único vestigio material que queda en el pueblo de los días más tormentosos que se vivieron en la historia reciente de Pedrera. Los coches destrozados ya no están, no hay restos de cristales ni tampoco se ven rumanos por las calles. Están todos en el campo. Y muchos a cientos de kilómetros. La mayoría de los que residen en Pedrera eligieron este pueblo porque en él se instalaron familiares, pero son temporeros que pasan largas temporadas fuera. Tienen las casas alquiladas para todo el año pero a veces se marchan durante meses. Teo, uno de los que sufrió daños en su vehículo, está estos días en Moriles, en la provincia de Córdoba. La puerta de su casa la abre Carmen, su sobrina de 16 años, que lleva en Pedrera desde los cuatro. "Hasta ayer no he salido de mi casa. Tenía miedo". Su padre, Miguel, está trabajando cerca, en la finca Rejano, en la carretera que conecta Pedrera con el Martín de la Jara.

Lo hace en la recogida de la aceituna. Forma parte de una cuadrilla de rumanos, casi todos vecinos del Martín de la Jara. Miguel varea los olivos mientras un compañero zamarrea el árbol con una máquina para que caigan las aceitunas. Hay varias cuadrillas en la finca, donde la mayoría de los trabajadores son españoles. Muchos de los jóvenes de la comarca se marcharon a trabajar en la construcción a la Costa del Sol a mediados de la década pasada y ahora han vuelto al campo. Durante su ausencia fueron los rumanos los que ocuparon sus puestos. Hoy hay más españoles que rumanos. Las dos nacionalidades trabajan por separado, en distintas cuadrillas.

"Hemos vuelto al trabajo y estamos bien. Puede que alguien tenga todavía algo de miedo. Yo llevo 13 años en Pedrera y nunca hasta la semana pasada había tenido un problema. No sé cómo ha podido ocurrir esto", dice el trabajador, que se disculpa porque debe seguir recogiendo aceitunas. Sus compañeros sonríen a la cámara. "¿Dónde va a salir esto?", preguntan, entre risas. Tienen otras caras, más relajadas, distintas a las de hace unos días.

En el Ayuntamiento, en la puerta del despacho del alcalde, aguarda Florina, una mujer rumana que también lleva 13 años viviendo en Pedrera. Ha oído en la radio que se ha abierto una cuenta corriente para ayudar a los damnificados a que puedan correr con los gastos de los daños en los vehículos y se ha acercado a preguntar. Antes de que salga el alcalde, llega su hija, Roxana, con su bebé de cuatro meses. El alcalde, Antonio Nogales, la deriva a la concejal de Igualdad y Bienestar Social, Lucía Ruiz. La edil está en ese momento atendiendo a otras dos mujeres rumanas, Almajano Mariná y Puika Constanza, que se han acercado a preguntar lo mismo. Son suegra y nuera. "Hemos venido a informarnos. Todavía no se ha recaudado suficiente dinero", explica la más joven de las rumanas.

"¿Más prensa?", pregunta el alcalde cuando le informan de que hay dos periodistas que quieren verle. Lo dice con una sonrisa mientras con un gesto invita a pasar a su despacho a los informadores. Tiene otra cara, mucho más relajada que la de los primeros días. Dice que ha pasado los peores momentos de su vida política estos días. "No tanto por mí, sino porque hay muchos chicos de Pedrera trabajando fuera, sobre todo en Inglaterra, que han tenido que ver su pueblo en las noticias por una cosa así". Nogales explica que la situación es ya de una "normalidad casi absoluta". Lamenta que "se volviera a enrarecer el ambiente" cuando se difundió el vídeo con sus "desafortunadas" palabras, esas en las que decía que le gustaría ver a gente fusilada, por las que se ha disculpado públicamente en varias ocasiones.

Tras los incidentes, el alcalde invitó a la población rumana del municipio a una reunión con dos cónsules de Rumanía. "Tenían miedo, algunos habían dejado sus casas por unos días, y les estuvimos transmitiendo tranquilidad", cuenta, y explica que el caldo de cultivo de los incidentes se fue generando con una serie de comentarios del tipo "todas las ayudas son para los rumanos" o "han subido los robos por culpa de los rumanos". "Es que no es verdad. Hablan de las ayudas como si nosotros estuviéramos dando mucho dinero. Si tenemos 10.000 euros para ayudas. En los ayuntamientos estamos muy limitados". El alcalde ya explicó que se habían dado 10 ayudas a rumanos por 30 a familias de Pedrera. "Eso ha ido calando, ha ido calando hasta que saltó la chispa con el accidente. Afortunadamente los que lo provocaron ya están fuera del pueblo".

Otro que pasó unos días malos fue el cura, Enrique Priego, señalado por algunos como el benefactor de los rumanos. De hecho, tiene una familia rumana acogida en su casa. "Ya es otra cosa, esa reacción no tenía sentido. Si este pueblo siempre ha sido muy acogedor. El año pasado murió una rumana y conseguimos reunir más de 6.000 euros para pagar el traslado del cadáver. Venía la gente a traerme el dinero aquí a mi casa", dice el párroco. Junto a él, Bobby, un perro que vino con una familia rumana y se quedó con el cura. En estos días no se despega de él. Parece intuir que estaba más bajo de ánimo tras los disturbios. No se retira ni en misa. "A mi lado todo el tiempo. El problema era cuando yo daba la comunión, que a algunas mujeres les daba miedo el perro. Hasta que les dije, miren ustedes, ése lleva ahí cientos de años y nunca se ha quejado nadie", dice, se ríe, y señala una imagen de San Benito que hay en uno de los retablos de la iglesia, que tiene un perro a sus pies. "Ojalá vuelvan ustedes pronto a Pedrera, pero porque haya tocado la Lotería".

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