Desvergüenza en el mentir, obscenidad descarada. Así entiende la Academia de la Lengua Española el vocablo cinismo. Siempre lo hubo y siempre lo habrá, pero hoy adquiere caracteres superlativos, dimensiones insuperables. Resulta que el nacional socialismo que padecemos en Cataluña tiene un buque insignia para abrir paso en sus tesis racistas, supremacistas y xenófobas. Esa punta de lanza es un equipo de fútbol que está encantado de ser utilizado para estos menesteres. O lo que es lo mismo, los directivos y gran parte del cuerpo social de ese equipo son partidarios de pasarse la Constitución por el forro de las narices, insultar al Rey, pitar el himno nacional e ir por ahí dando golpes de Estado, mientras se doblega y humilla a más de la mitad de la población que no le da la gana de hablar otro idioma que no sea el materno. Este idioma es el español, lengua postergada y preterida por una maquinaria mediática pagada por cuarenta y dos millones de personas. No obstante lo dicho, este equipo no tiene inconveniente en ir a jugar unas cosas que se llaman Liga española, campeonato de España o Copa de Su Majestad el Rey. A esto, en español se le llama cinismo y cinisme en catalán. Cinismo elevado a la enésima potencia, imbatible, para ser registrado en el Guinness de los récords.

Si miramos alrededor, este equipo, sus dirigentes y aquellos seguidores que son de fidelidad nacionalsocialista no son originales. Hoy vivimos montados a lomos de una ola de cinismo como difícilmente antes en la historia. Lo peor de todo es que este vivir en la mentira, en la obscenidad descarada, se nos ha hecho normal y apenas le damos importancia. Así, nos hemos acostumbrado a ver y oír a modernos progresistas apesadumbrados por la humanidad doliente, al tiempo que gimen desde el salón de su casa de mil metros, sobre parcela de cuatro mil y con varios millones de euros en el banco. Esto forma hoy parte del paisaje. Políticos que se rasgan las vestiduras por la mota en el ojo ajeno, mientras ocultan la viga en el propio. Este cinismo y todos los que hoy proliferan son entendidos en la lengua común y diaria de todos los españoles con una expresión que lo resume todo: poca vergüenza. Antiguamente a un ladrón, o a un maltratador, por ejemplo, lo peor que le podías decir, más que ladrón y maltratador, era que tenía poca vergüenza. Hoy no, hoy les dices esto y les da la risa. El cinismo, o sea la poca vergüenza, se ha forrado de capas y capas de inmunidad y desprecio por aquello que siempre hemos conocido como ser decentes, por tener vergüenza, para entendernos.

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