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José A. Sánchez Medina. Director de la Cátedra de Economía Social, Ética y Ciudadanía - El Roble

"El acoso escolar es un problema grave, pero quizás se está exagerando"

  • Este profesor de Psicología de la Universidad Pablo de Olavide ha investigado cuestiones relacionadas con la identidad, los conflictos escolares y el envejecimiento activo

Psicólogo doctorado por la Universidad de Sevilla, José Antonio Sánchez Medina nació en un pueblo de la Extremadura profunda: Esparragosa de Lares (Badajoz), en 1963. Actualmente es profesor titular en la Universidad Pablo de Olavide, a la que llegó en 2002. Durante su dilatada vida académica no ha perdido el tiempo. Fundamentalmente, ha investigado la función del lenguaje en la construcción de la identidad. Como bien dice, "somos lo que nos contamos que somos". Lejos de responder al estereotipo del psicólogo de sillón y diván, ha llevado sus trabajos a espacios físicos y mentales tan diferentes como los patios de los colegios, los emigrantes o las personas mayores. Este último grupo centra gran parte de su actividad en la actualidad. Como director de la Cátedra de Economía Social, Ética y Ciudadanía, está estudiando las diferentes iniciativas que hay en Europa de 'viviendas colaborativas', una alternativa a las residencias convencionales y a la vida solitaria, en la que los ancianos pueden llevar una vida activa y, por lo tanto, retrasar la dependencia. Autor de más de un centenar de publicaciones, ha dado también clases de doctorado en la Universidad Libre de Ámsterdam, Universidad de Aarhus y la Universidad de Copenhague.

-¿Las nuevas tecnologías están influyendo en la psicología humana?

-Sí, las tecnologías siempre han influido en la mente del hombre. Cuando se inventó la imprenta, por ejemplo, cambió radicalmente nuestro modo de memorizar y aprender. Cada nueva tecnología nos cambia en un sentido determinado, y esto es un impacto impresionante. Ahora, por ejemplo, podemos recordar centenares de números de teléfonos, pero en vez de apoyarnos en nuestro cerebro lo hacemos en un aparato. La mente de un ciego cambia al aprender a usar un bastón. La clave está en que la mente humana no descansa sobre el cerebro sino, sobre todo, en los instrumentos que tenemos a nuestra disposición y el modo en el que los podemos utilizar.

-¿Y este uso cambiará nuestra evolución biológica?

-Es difícil que estas tecnologías se traduzcan en cambios fisiológicos en nuestra biología. Lo que se dice es que el homo sapiens ha detenido o ralentizado la evolución biológica. Hoy en día, los sistemas de protección social y cultural hacen que la reproducción no sea ya solo un privilegio de los más fuertes. Por ejemplo, un hemofílico, que antes tenía pocas posibilidades de tener hijos debido a que solía morir joven, en la actualidad es normal que siga transmitiendo sus genes...

-Esto nos lleva al pensamiento perverso de que la protección social nos debilita como especie...

-Como dice el biólogo y paleontólogo Stephen Jay Gould, hubo un momento en el que en la especie humana confluyeron el cambio biológico y una revolución social, lo que lo cambió todo. Si usted se fija, como individuos, los humanos no somos muy efectivos. Caminamos erguidos, por lo que consumimos mucha energía y dejamos desprotegidos el corazón y los genitales; tenemos un cerebro enorme que consume muchísima energía; el parto es muy traumático y nuestras crías nacen muy inmaduras... En términos biológicos somos una especie inviable... Pero nuestra gran ventaja es que tenemos un contexto social y cultural, lo cual nos soporta como especie.

"Biológicamente somos una especie inviable... Pero nuestra gran ventaja es la sociedad y la cultura"

-Se habla mucho de las angustias del hombre contemporáneo. ¿Cree usted que son muy distintas a las de los hombres de otras épocas?

-Diría que sí. Lo que nos diferencia del hombre de hace cien años es la incertidumbre. Piense usted en una persona nacida en el siglo XIX, en un sevillano varón hijo de un panadero, por ejemplo. Lo más probable es que esa persona fuese también panadero, de alguna manera su vida estaba muy escrita. Mucho más las mujeres, destinadas al ámbito doméstico. Ahora, estamos continuamente obligados a elegir. La incertidumbre es algo a lo que los humanos nos adaptamos muy mal. Lo que nos gusta es la estabilidad, que yo pueda predecir el mundo. ¿Pero cómo puedo anticiparme en un mundo que cambia tan rápidamente? Por eso es por lo que hay crisis de identidad...

-La identidad es uno de los problemas centrales de nuestro tiempo. Un concepto que aparece continuamente: identidad de género, identidad nacional...

-Como se dice, la identidad es una enfermedad recidivante, que tiende a reaparecer después de un proceso de curación. Las identidades culturales fuertes nacieron en el siglo XIX como respuesta a los cambios que se estaban viviendo. En mi opinión, cuando se exacerba la pertenencia cultural es una enfermedad. ¿Por qué volvemos a tener en Europa un problema importante con las identidades nacionales? Porque, aunque erróneamente, los nacionalismos dan certidumbres en estos momentos de incertidumbre. Los individuos pueden refugiarse en el grupo.

"La mente humana no descansa sobre el cerebro sino, sobre todo, en los instrumentos que tenemos"

-De hecho, todo este nuevo nacionalismo vuelve a interrumpir de alguna manera el proceso de construcción del individuo que se inició con el humanismo renacentista.

-Sí, porque se opone lo colectivo a lo individual, lo cual es un error. Si seguimos la evolución de las culturas humanas, veremos que se da un tránsito de lo colectivo a lo individual. El yo es la gran construcción de nuestra cultura. En lo colectivo las metas individuales están supeditadas al grupo, de manera que éste siempre prevalece. La gran conquista de nuestra civilización es la ciudadanía: "Yo como individuo tengo derechos". El problema es cuando eso se exacerba y avanza hacia un individualismo radical en el que colocamos el yo por encima de todo, lo cual es una aberración. Como decía Charles Taylor, que asesoró a Tony Blair, el reto es el de construir el comunitarismo: individuos autónomos con un fuerte yo, ciudadanos que deciden coordinarse, incluso cediendo derechos. Es muy distinto al colectivismo, en el que el grupo manda y el ciudadano es prescindible.

"La incertidumbre es algo a lo que los humanos nos adaptamos muy mal. Nos gusta la estabilidad"

-¿Y es posible la construcción de una identidad común europea? Bruselas lo ha intentado, pero las últimas noticias, que apuntan a un repunte de los nacionalismos en el continente, parecen indicarnos que ha sido un fracaso.

-Aunque soy un europeísta convencido, tiendo a pensar que no. ¿Por qué? Porque el proyecto de Bruselas es demasiado racional, ilustrado, caracterizado por la falta de emociones. No hemos conseguido crear una textura emocional en torno a Europa. Para crear una identidad cultural hacen falta vínculos emocionales, prácticas, historias compartidas... Eso es lo que no ha conseguido el proyecto político de las élites europeas.

-Bueno, las becas Erasmus han sido un paso importante...

-Sí, y es verdad que son el principal motor de construcción de una identidad europea, porque los chicos, más que conocimientos, se traen a casa una experiencia emocional que les vincula con los otros. Cualquier proyecto de identidad europea debe trabajar con eso, debe generar espacios donde al proyecto racional se le vincule una textura emocional.

-También ha investigado sobre el papel del lenguaje en la construcción de la identidad humana.

-Al igual que un móvil, el lenguaje es una herramienta, la más potente que tenemos los humanos. El lenguaje nos transforma y transforma la realidad. Es verdad que el lenguaje es un instrumento para comunicarnos, pero sobre todo es un instrumento para pensar y pensarnos. Lo que somos está articulado en torno a la narración que hacemos de nosotros mismos. De hecho muchas terapias funcionan, y funcionan bien, porque le da a las personas la oportunidad de contarse.

"La puesta en marcha de viviendas colaborativas para mayores supondría un ahorro importante"

-Eso nos lleva al psicoanálisis, basado en el papel salvífico de la palabra. ¿Cómo está considerado hoy Freud?

-Freud es una buena literatura. Da una buena explicación de los avatares del alma humana y genera buenas intuiciones, pero sus teorías sobre el complejo de Edipo, el yo, el superyó, el ello, el instinto o la libido no han podido ser estudiadas de modo científico, porque en el fondo es literatura. Ya no es una teoría que se use para entender la mente humana... Pero funciona. ¿Por qué? Por lo que decía antes, por el poder sanador del lenguaje. En una terapia psicoanalítica hay un contrato en el que uno se puede contar sin ser censurado. Podemos decir barbaridades de nosotros mismos, cosas que normalmente no nos confesamos para protegernos de nuestras propias turbulencias, pero que pueden llegar a presionarnos demasiado y generarnos desajustes. Lo importante es que cuando lo contamos nos lo contamos a nosotros mismos. Por eso funciona el psicoanálisis, pero no por los principios teóricos que están detrás, que son, como decíamos, literatura.

-Hablemos de psicología de la educación. Usted ha trabajado en los patios de recreo, uno de los principales espacios donde se produce el acoso escolar. Con toda la cautela posible a la hora de hablar de estos temas, ¿se está exagerando el problema?

-Es un tema vidrioso, pero me pringaré. El acoso es un problema grave, pero quizás se está exagerando. Los patios de los colegios siempre han sido sitios difíciles y la gente de nuestra generación lo hemos vivido... Si alguien tenía gafas tenía un problema. Pero ahora estamos más preocupados con el confort emocional de los niños, por lo que tendemos a rechazar esos comportamientos agresivos en los que uno se impone sobre otro. La cuestión es diferenciar el conflicto del acoso. Hoy en día hasta poner un mote puede ser considerado como un síntoma de acoso, lo cual es magnificar el problema. Eso sí, hay que tener en cuenta que los niños que de verdad sufren acoso lo pasan muy mal y la sociedad no puede permanecer al margen. Pero tengo la sensación de que no todo lo que se clasifica como acoso lo es. Nosotros hemos estudiado cómo solucionan sus conflictos los niños pequeños. El conflicto es fundamental para el desarrollo de los niños, porque les ayuda a definirse, a desarrollar nuevas estrategias de manipular a los demás en el sentido positivo, de convencerlos, de buscar acuerdos, de enfadarse... Es un mecanismo de desarrollo psicológico fundamental. Cuando nosotros desarmamos el conflicto estamos quitando una oportunidad de desarrollo. Ahora bien, cuando dentro de esos conflictos aparecen comportamientos sistemáticos que tratan de denigrar al otro, entonces sí tenemos un problema de acoso.

-¿Y cómo se puede diferenciar entre conflicto y acoso?

-El acoso tiene que ser persistente, desarrollarse a lo largo del tiempo, y afectar psicológicamente al niño. Es un problema muy complejo, porque para evitar el acoso hay que tener una actitud preventiva que hace que se activen los protocolos de actuación ante la existencia de pequeños indicios que, lo mismo, no eran más que meros conflictos. Un símil: para evitar la gripe es bueno lavarse las manos, pero si nos pasamos en la limpieza podemos cargarnos el sistema inmunológico. Para prevenir conductas gravísimas de acoso actuamos preventivamente, pero podemos estar debilitando ese espacio social de conflicto que promueve el desarrollo congnitivo, el desarrollo de habilidades sociales, el desarrollo de la inteligencia emocional...

-De los niños a los mayores, otro de los temas en los que ha trabajado. El espectacular aumento de la esperanza de vida en las últimas décadas genera importantes retos sociales, económicos, sanitarios...

-¿Qué imagen de mayor tenemos? Mi abuela, que vivía en la Extremadura profunda, con cincuenta años era una vieja. Sin embargo, yo me encuentro con colegas aquí en la Olavide que, con setenta años, tienen una brillantez espectacular. Una de las grandes conquistas del Estado del Bienestar es la Jubilación, que significa "os dejamos descansar", pero también "os dejamos aparte". Se genera la idea de clase pasiva que se deteriora y es una carga, algo que explota cuando se tiene en cuenta que en 2050 se espera que en torno al 35% de la población sea mayor de 65 años, algo insostenible.

-¿Y cómo evitar la gerontofobia, la lucha entre jóvenes y mayores por controlar los recursos?

-Hace falta un nuevo paradigma, una nueva mirada. Los mayores, si se mantienen activos, tienen mucho que aportar. En la UE se prevé que la silver economy -aquella que se mueve en torno a los mayores- mueva billones de euros. Es uno de los grandes escenarios de desarrollo económico para los próximos tiempos. Esto significa que, en términos puramente mercantilistas, los mayores pueden dejar de ser una carga para convertirse en una oportunidad de crecimiento: el desarrollo de sistemas de apoyo a la vida independiente, el ocio, un consumo muy especializado de determinados productos... es un mundo por explotar que va a generar riqueza.

-¿Sólo es una cuestión económica?

-No, hay que tener muy en cuenta que estas personas tienen una valiosísima experiencia. Hemos vivido en una sociedad donde se ha hipervalorizado la juventud. Creo que las mentes más brillantes y creativas están entre los mayores, pero la sociedad se tiene que preparar para darle participación. El reto ya no es que la gente viva más y saludablemente, sino que también lo haga de una forma activa que no la haga dependiente. Necesitamos medidas que retrasen el ingreso en la dependencia.

-Desde la Cátedra de Economía Social, Ética y Ciudadanía El Roble que usted dirige se está trabajando en las viviendas colaborativas de personas mayores. ¿En qué consisten?

-El problema de las residencias de mayores o de los pisos tutelados es que sus habitantes pierden autonomía y empiezan a ser dependientes. Estas viviendas colaborativas, que ya se han puesto en marcha en Europa, suelen ser edificios con pequeños apartamentos autónomos en los que habitan personas de un mismo grupo -antiguos compañeros, amigos, etcétera-. La planta baja tiene amplias dependencias comunes: comedor, cocina industrial, salón de estar... De tal manera que el residente vive en su casa pero realiza trabajos comunes. Por ejemplo, una semana al mes a un determinado grupo le toca cocinar. La clave está en que cuando yo hago cosas con otros genero comunidad, me siento acompañado y protegido. Las personas se mantienen activas y retrasan mucho su ingreso en la dependencia. Para el estudio hemos contado con la ayuda de la Junta. Ahora queremos que, como en Europa, las administraciones se impliquen para que estas viviendas sean una realidad cotidiana, lo cual supondría un importante ahorro a las arcas públicas.

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