Podemos. La forma táctica de Pablo

Pablo Iglesias, discutiendo cómo alcanzar el poder absoluto. Errejón, añorando los orígenes de Podemos

En el fondo de los quisieras varios de cualquier sujeto, siempre existe algo pendiente de ejecutar. Un hacer. Un decir. Incluso, puede que un callar. Y no se trata de esas promesas advenedizas del nuevo año, producto de la indigestión navideña, sino algo más profundo y serio. Es ese viaje tantas veces planificado, y tantas otras archivado en el cajón de la oportunidad. O esa compra personal y egoísta, tan amohecida en la postergación. O ese libro a leer, que acartonado permanece en la estantería. Pero, cuando menos se espera, ¡plaf! Ocurre. Llega ese día. Quien escribe, gracias al último Premio Nobel de la Paz, alcanzó leer en estos días de asueto esa obra que aguardaba tiempo atrás. Se trata de Cien Años de Soledad.

Hasta ahí nada interesante, más bien lo contrario. Lo curioso fue el paralelismo que descubrí mientras le daba lectura, concretamente en el pasaje donde Aureliano Buendía, coronel ya del bando liberal, conversaba con sus asesores políticos sobre cómo dar fin a la guerra. Éstos le plantearon aceptar las demandas de los distintos estamentos del país (terratenientes, clero), al objeto de tomar el mando del Estado. El mayor de los Buendía asintió, asumiendo que llevaban años luchando simplemente por obtener poder, al admitir los principios conservadores, siendo liberal. Un sinsentido ideológico que se intentó justificar: se trataba de una reforma táctica para ensanchar su base popular. Gerineldo Márquez, amigo y mano derecha, se opuso, tachándolo de traición a sus ideas revolucionarias. Aureliano condenó a muerte a Gerineldo.

De repente dejé de leer, pues dos imágenes me vinieron, superponiéndose con la noticia de la jornada. Macondo, Vista Alegre II. Aureliano, Pablo Iglesias. Gerineldo, Íñigo Errejón. En el Madrid actual se reúne próximamente la cúpula militante de Podemos. El todopoderoso Pablo Iglesias, arropado por sus acérrimos, junto a los toca huestes errejonistas, y los anticapis (¿hippie pijos anarquistas?). Pablo, discutiendo cómo alcanzar el poder absoluto, a través de agrandar su masa de gente. E Iñigo, reprochando la metodología propuesta, al añorar el origen humanista y social del partido. Mientras, no cesan los dardos envenenados en la lucha, y otros absurdos mensajes en redes, toda una suerte de mal inmune que pronostica una cómica autodestrucción, a lo inspector Gadget. Dicho esto, ¿habrá firmado ya el coronel la condena?

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