Betis - Eibar | el otro partido

El Betis avista tierra al fin

  • El equipo bético adivina la salvación tras derrotar al Eibar con un gol en el alfa y otro en el omega del choque, una especie de punto equinoccial.

Llegaba el Betis a la trigésima segunda jornada después de una mareante travesía de tres derrotas y al fin ganó. Lo hizo además ante uno de los equipos de moda de la Liga, por solvencia y por trayectoria. Infundía respeto el contrincante de Eibar. En los vídeos que Víctor Sánchez hace visionar a sus jugadores durante la semana aparecieron gacelas majestuosas, jaguares feroces y rinocerontes imponentes. Era la fauna a la que esperaban enfrentarse los béticos, quienes se llevaron la misma decepción que Cristóbal Colón cuando pisó La Española: enfrente no había nada de fieras, sino "papagayos, lagartos y perros que no ladran", anotó el almirante genovés en su diario.

En el diario del entrenador verdiblanco, aparte de su habitual guión de mejor-cuantas-menos-cosas, figuraba la particular bestia negra armera, Pedro León, autor de cinco goles en 12 choques contra el Betis. Durmisi fue su sombra. Y alguna relación habrá con que, más que una bestia, el futbolista azulgrana se comportara más bien como un perrete poco ladrador y aún menos mordedor.

Para mordida, la verdiblanca ayer. Eficacia a más no poder, de los porcentajes más queridos por Víctor Sánchez. Dos tantos en los dos acercamientos verdaderamente peligrosos: el primero, obra de Jonas Martin, nada más pisar tierra firme. El 2-0, para cerrar la empresa conquistadora, obra de un Dani Ceballos que llegó enfermo a la nave heliopolitana para contagiar, tiro cruzado mediante, con las peores viruelas y sarampiones a los enemigos. En la apertura y en el cierre, el equipo verdiblanco marcó con su alfa y el omega un choque marcado en el calendario. Había sido el descubrimiento de la línea equinoccial, el lugar geográfico donde se fundían para el Betis el Poniente y el Levante.

Tocaba sumar y se sumó. Salvación a la vista, gritó anticipadamente un Joaquín enfundado de vigía, de almirante, de remero y de estibador. En su horita de gloria, el portuense volvió a impartir una lección de finta y de reprís, más apropiado a su motor cada vez más de diésel que de inyección. Suyo fue el temple, suyo fue el sentido, de su bolsón se acoplaron el astrolabio y la brújula que guiaron el rumbo al puerto idóneo. También estuvo en el 1-0.

Exacto como un compás, el primer tanto aportó la calma que necesita este Betis tan cómodo cuando la orden consiste en mirar hacia atrás. Los pitos con los que la hinchada había recibido a los suyos, después de no pocos bochornos, se convirtieron en una salva de aplausos tras el 1-0. Eso sí, nadie pudo evitar, antes de la sentencia de Dani Ceballos, los ocasionales pespuntes de silbidos que dedicaban al equipo de Víctor, muy impreciso por fases, más preocupado en intentar domeñar a una pelota que fue a menudo la fiera más peligrosa con la que se batieron los béticos.

Los descubridores de verde y blanco se llevaron el botín justo en el punto equinoccial, ese lugar que Colón creyó el más occidental del Oriente y, al mismo tiempo, el más oriental de Occidente; un debate que acarreó los mismos ardores que la discusión de si el Betis de Víctor terminará como el mejor de los peores o el peor de los mejores.

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