Sector público

La prima más famosa del mundo

Fede Durán

Un diputado alemán comentaba meses atrás, entre incrédulo y guasón, que España es el único país de Europa donde la prima de riesgo acapara las portadas de la prensa y los minutos de oro de los telediarios. Tenía razón. El diferencial entre la deuda española y alemana a diez años ha sido un termómetro crucial a nivel político-económico. Un juez doméstico implacable. Casi tanto, a veces, como la mismísima EPA, como el Euríbor o el IPC, como cualquiera de los indicadores que sí afectan directamente al ciudadano.

2011 fue un año nefasto en muchos sentidos. También en éste: la montaña rusa del agujero entre el bono hispano y el bund germano marcó máximos insoportables el 22 de noviembre con 468 puntos básicos. A partir de los 400, el impacto negativo en el PIB roza el 1% anual, según los cálculos de Bruselas. Para muchos expertos, ésa es la frontera del rescate, de la austera inmolación que sufren Grecia y, en bastante menor medida, Portugal e Irlanda. El ejercicio arrancó regular, en 242 puntos, apenas dos menos que el techo registrado en todo 2010 (244), y cerró el 30 de diciembre en una cota mala, 325, pero aceptable si se tiene en cuenta que noviembre fue un mes sencillamente salvaje. Fue también un ejercicio de nuevas rivalidades en disciplinas inéditas. Italia, vieja conocida en otras competiciones, rebasó a España en agosto. A mediados de mes, ambas deudas soberanas rozaban el empate; a finales, la italiana ya estaba nueve puntos por encima. En 2011 nunca estuvo por debajo. Algunos han visto en ello un síntoma de progreso, una victoria. Mal de muchos, consuelo de desesperados.

Esta liga, aparentemente tan técnica, genera efectos indirectos pero decisivos sobre los gobiernos, los bancos, las empresas y los hombres de carne y hueso. El alma del mecanismo son las grandes agencias de calificación crediticia, Standard & Poor's, Fitch y Moody's, el sindicato del rating, la pesadilla de los líderes de media Europa.

Ellas reparten las chocolatinas más preciadas, las triple A, una nota que a sus ojos garantiza que el inversor recibirá lo estipulado. Sarkozy luchó en Francia por conservar esa hoja de méritos como si de unas primarias se tratase. Y no es una lucha estúpida. En Estados Unidos, muchos fondos de pensiones condicionan sus millonarias inversiones a esas AAA. Si la calificación se degrada, los inversores apostarán más aún por valores refugio como el bund, y el Tesoro español ofrecerá forzosamente mayores intereses para colocar sus títulos. Este encarecimiento se traslada también a la banca, que negociará sus préstamos al alza en el mercado interbancario, y el crédito se resentirá más aún hasta convertirse en una pieza de museo. Sin dinero, ni las empresas gastarán en mejorar y expandirse ni las familias consumirán. Y así se cierra un círculo venenoso donde las agencias campan nuevamente a sus anchas. Las subprime fueron un pecadillo. Como Lehman Brothers o AIG. La curva evolutiva de la prima ha condicionado incluso las acciones del Ejecutivo. Con Zapatero se inició una fiebre nueva, una devoción histérica por la relación causa-efecto. A cada castigo del sindicato del rating y a cada repunte descontrolado del diferencial entre un bono y otro respondían desde La Moncloa con un nuevo anuncio, con una nueva reforma más efectiva y ambiciosa que la anterior. Había que medir cada palabra del discurso. Había que vender optimismo y solvencia en la etapa más negra de la economía española. Tranquilizar a los mercados se convirtió en un mantra que también recitaba la oposición. De hecho, transcurridas apenas unas semanas de la victoria el 20-N de Rajoy, distintos medios afines se apresuraron a proclamar la buena nueva: con la llegada del gallego a la presidencia, la prima de riesgo se había contraído un tercio. El milagro existía y había cifras que lo avalaban. España se curaría. Pero entonces llegó la EPA del cuarto trimestre y la euforia se transformó otra vez en prudencia. Alemania ha aprovechado su aparente invulnerabilidad para financiarse a costes cercanos a cero mientras el pánico ampliaba sus tentáculos fijándose en países antaño intocables como Francia, Bélgica o Austria. Comprar títulos españoles e italianos a largo plazo (entre tres y treinta años) se ha convertido en el mejor negocio de la renta fija mundial. La prima de riesgo, no conviene olvidarlo, es el extra que paga un país en intereses respecto a lo que abonan los alemanes. Y obtener rentabilidades del 6% suena bastante bien. Siempre que el deudor pague. Parte del trabajo sucio ha corrido a cargo del Banco Central Europeo (BCE). Pese a que su misión original y casi exclusiva es controlar los precios, un mandato escaso vistas las dimensiones de la crisis, ha jugado un papel clave al comprar semanalmente deuda soberana de los países más castigados en los mercados secundarios. Mario Draghi ha dado continuidad en Fráncfort a la estrategia de Jean-Claude Trichet, su antecesor a los mandos del organismo, que nunca se ha visto forzado a alcanzar los 20.000 millones semanales en compras fijados como línea roja. Con el tiempo, quizás la prima de riesgo sea vista como una de esas extrañas obsesiones pasajeras. Pero el miedo al concepto y a sus consecuencias, de momento, sigue ahí.

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