Jueves Santo

Las mejores horas

LOS porcentajes casan mal con la Semana Santa. La emoción no entiende de números. La cruz que cada cual carga nunca se somete al dictado de una báscula. Es imposible. No se puede medir lo inmaterial. Lo que cada cual vive en su interior estos días no pasa la prueba de ningún dictamen. Ni se puede plasmar en un informe. El arzobispo de Sevilla, pese a todo,  afinó ayer cuando tasó en porcentajes el aprovechamiento de una estación de penitencia. 

La Exaltación, tras salir de los Terceros La Exaltación, tras salir de los Terceros

La Exaltación, tras salir de los Terceros / Belén Vargas

 
Si todo se reduce a la belleza de los pasos, al paseo vestido de nazareno, al folklore, el porcentaje quedará reducido al 20%. O, mejor dicho, el aprovechamiento personal de ese tiempo en soledad que pasan los nazarenos, acólitos, auxiliares y demás servidores, se dejará perdido por el camino un 80%. Así es la realidad. Sólo un prelado puede atreverse a poner números a la experiencia de salir de nazareno. Y hacerlo, además, un Jueves Santo, cuando los templos están a rebosar, con colas de espera en los aledaños, cuando la megafonía apenas puede contrarrestar el bullicio, cuando el trasiego interior de las iglesias apenas deja prestar atención a un discurso centrado en una brillante defensa de la eucaristía y en la reivindicación de las hermandades como instrumentos de lucha contra la pobreza: "No olvidéis a los pobres, ¡no los olvidéis!". Monseñor Asenjo clamó ayer en los templos que visitó en su ruta anual, flores frescas, orfebrería reluciente, mesas petitorias, cintas de recuerdo, escuditos de solapa, mantillas de luto y gala, cruces veladas como manda la liturgia, sonrisas y nervios. Recordó los instantes en que el Papa Francisco, recién nombrado sumo pontífice, recibió una suerte de consigna del cardenal Hummes: "No olvides a los pobres". Asenjo hasta evocó el brillo tradicional que tiene el sol cada Jueves Santo. El prelado habló y rezó en cada templo. Un paso fugaz, pero de discurso profundo, unos minutos de espiritualidad, de paréntesis en la fugacidad de todo lo relacionado con estos días en los que se vive intensa y apresuradamente.
Nuestra Señora de los Ángeles, de los Negritos Nuestra Señora de los Ángeles, de los Negritos

Nuestra Señora de los Ángeles, de los Negritos / Daniel González

El jueves se mete en los oficios, de hora y media en algunos casos, cuando dos grandes cofradías, ejemplos del mejor clasicismo, buscan la carrera oficial, elegante popularidad la de Los Negritos y la Exaltación cuando en la clausura de los conventos se celebra la festividad litúrgica del día. Otro años más se ve que el sentido de la mantilla casi se ha perdido definitivamente. Mantillas en los bares, con cigarros encendidos, joyas inadecuadas y, por supuesto, con teléfonos inteligentes usados de forma compulsiva. La guerra parece perdida. La mantilla no es un traje de flamenca como el hábito nazareno no es un disfraz, ni un uniforme. Otra cuestión: el anonimato del nazareno debería ser cuidado con exquisitez. De nada sirve ir cubierto si al llegar a la calle Córdoba, el hermano de Pasión se descubre antes de entrar en el callejón que conduce al Patio de  los Naranjos. Son detalles que han de cuidarse. La Semana Santa es una suma de detalles en la que la estética es fundamental. Es una delicia ver nazarenos del Valle dirigiéndose a la Anunciación en soledad, que es como deben ir los nazarenos, con el andar mitad pausado, mitad acelerado. Un nazareno del Valle por la calle Boteros es un poema de Montesinos. Un valor añadido. Unos nazarenos de la Quinta Angustia por la calle Moratín, ropón, bocamangas y botonadura, son recuerdos de páginas en sepia que cuentan las andanzas de Don Guido. Un nazareno de Pasión es la plenitud del Jueves Santo,  escudos mercedarios, pláticas del recordado don Manuel del Trigo desde el presbiterio mientras la Virgen más fina de la Semana Santa, la Victoria cigarrera, se aproxima a la Campana con un andar suave, de señorita apresurada, bajo un palio de cajón que pide presidencia del rey de España en fotos en blanco y negro. 
 

El palio de Las Cigarreras, en el Puente de San Telmo. / Juan Carlos Vázquez

El palio de Las Cigarreras pasa por el Puente de San Telmo. / Vídeo: Juan Carlos Vázquez

Las horas en las que Montesión entra en la carrera oficial, continúa el sol en lo alto y la jornada comienza a intuir la Madrugada, son, si cabe, las mejores de toda la semana. O, al menos, las más intensas. El Señor de la Oración en el Huerto es otro desde que lo contemplamos en el vía crucis de cuaresma, cuando se pudo admirar de cerca con todo detalle. Los cuatro cantores de la Quinta Angustia son la banda sonora del declinar del día. Que nunca falten estos cantores, que llegaron a faltar en los años de crisis. Cuando la luz del jueves se echa a dormir, los teléfonos con sus potentes linternas hacen las veces de las antorchas de las cámaras de vídeo de los años noventa. Cada tiempo tiene sus retos, cada año sus desafíos. El efecto positivo es que se logran algunas sombras imponentes de algunas más sagradas. El negativo es que por mucho que el Ayuntamiento, e incluso los bares, se esfuercen en conseguir la intimidad que requieren algunos momentos, siempre hay alguien que rompe el ambiente con su teléfono móvil.

Montesión sale de su templo Montesión sale de su templo

Montesión sale de su templo / Juan Carlos Muñoz

Por muchos kilómetros de retenciones que hubiera ayer en dirección a las playas, que los hubo, no se dejaron de ver las sillas de chino clavadas en primera fila desde tiempo antes de la llegada de la cruz de guía. Al colocar la silla, su propietario siente que clava el palo de la sombrilla: territorio conquistado. Y ya llegará Montesión con los apóstoles dormidos.

Salida de la Virgen del Valle.

Salida de la Virgen del Valle. / Vídeo: Jesús Ollero

Esta Semana Santa de muchas horas de sol está dejando aceras pobladas y otras vacías, auténtico gozo de quienes soportan el astro rey y gozan de la comodidad de ver cortejos de nazareno realmente exquisitos sin ninguna apretura. La Semana Santa casa bien con la estética y muy mal con la comodidad. No se puede aspirar a todo y menos un Jueves Santo. No se puede ver Montesión en las proximidades de la Campana sin bulla, en primera fila, sin empujones, completamente a la sombra y con buen humor. Misión imposible. Las mejores horas hay que saber vivirlas. Con destreza en los desplazamientos, un poco de paciencia y, sobre todo, viendo esos detalles que sólo ocurren estos días: el nazareno que recuerda la lectura del poema, la cara de una Virgen que en tiempos fue de la antigua Universidad, el Señor que antes salía con cirineo, música de Perdón, oh Dios mío, la cruz velada de la Quinta Angustia, los sagrarios encendidos... Demasiado patrimonio material e inmaterial en tan pocas horas, demasiado lujo al alcance de todos pero escasamente aprovechado por pocos. La vida más allá de un velador, más allá de coger sitio en un restaurante, más allá de clavar la silla plegable cuando ni se intuye la banda que abre paso. Un Jueves Santo como el de ayer no se disfruta al dictado de ninguna guía. O alguien te lo enseña, o te quedas en la silla... clavado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios