LOS porcentajes casan mal con la Semana Santa. La emoción no entiende de números. La cruz que cada cual carga nunca se somete al dictado de una báscula. Es imposible. No se puede medir lo inmaterial. Lo que cada cual vive en su interior estos días no pasa la prueba de ningún dictamen. Ni se puede plasmar en un informe. El arzobispo de Sevilla, pese a todo, afinó ayer cuando tasó en porcentajes el aprovechamiento de una estación de penitencia.
El palio de Las Cigarreras, en el Puente de San Telmo. / Juan Carlos Vázquez
El palio de Las Cigarreras pasa por el Puente de San Telmo. / Vídeo: Juan Carlos Vázquez
Las horas en las que Montesión entra en la carrera oficial, continúa el sol en lo alto y la jornada comienza a intuir la Madrugada, son, si cabe, las mejores de toda la semana. O, al menos, las más intensas. El Señor de la Oración en el Huerto es otro desde que lo contemplamos en el vía crucis de cuaresma, cuando se pudo admirar de cerca con todo detalle. Los cuatro cantores de la Quinta Angustia son la banda sonora del declinar del día. Que nunca falten estos cantores, que llegaron a faltar en los años de crisis. Cuando la luz del jueves se echa a dormir, los teléfonos con sus potentes linternas hacen las veces de las antorchas de las cámaras de vídeo de los años noventa. Cada tiempo tiene sus retos, cada año sus desafíos. El efecto positivo es que se logran algunas sombras imponentes de algunas más sagradas. El negativo es que por mucho que el Ayuntamiento, e incluso los bares, se esfuercen en conseguir la intimidad que requieren algunos momentos, siempre hay alguien que rompe el ambiente con su teléfono móvil.
Por muchos kilómetros de retenciones que hubiera ayer en dirección a las playas, que los hubo, no se dejaron de ver las sillas de chino clavadas en primera fila desde tiempo antes de la llegada de la cruz de guía. Al colocar la silla, su propietario siente que clava el palo de la sombrilla: territorio conquistado. Y ya llegará Montesión con los apóstoles dormidos.
Salida de la Virgen del Valle.
Salida de la Virgen del Valle. / Vídeo: Jesús Ollero
Esta Semana Santa de muchas horas de sol está dejando aceras pobladas y otras vacías, auténtico gozo de quienes soportan el astro rey y gozan de la comodidad de ver cortejos de nazareno realmente exquisitos sin ninguna apretura. La Semana Santa casa bien con la estética y muy mal con la comodidad. No se puede aspirar a todo y menos un Jueves Santo. No se puede ver Montesión en las proximidades de la Campana sin bulla, en primera fila, sin empujones, completamente a la sombra y con buen humor. Misión imposible. Las mejores horas hay que saber vivirlas. Con destreza en los desplazamientos, un poco de paciencia y, sobre todo, viendo esos detalles que sólo ocurren estos días: el nazareno que recuerda la lectura del poema, la cara de una Virgen que en tiempos fue de la antigua Universidad, el Señor que antes salía con cirineo, música de Perdón, oh Dios mío, la cruz velada de la Quinta Angustia, los sagrarios encendidos... Demasiado patrimonio material e inmaterial en tan pocas horas, demasiado lujo al alcance de todos pero escasamente aprovechado por pocos. La vida más allá de un velador, más allá de coger sitio en un restaurante, más allá de clavar la silla plegable cuando ni se intuye la banda que abre paso. Un Jueves Santo como el de ayer no se disfruta al dictado de ninguna guía. O alguien te lo enseña, o te quedas en la silla... clavado.
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