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Madrugada: un respeto... a Sevilla

  • El autor califica los hechos del Viernes Santo de "agresiones salvajes"

Madrugada: un respeto... a Sevilla

Madrugada: un respeto... a Sevilla / antonio pizarro

La Semana Santa de Sevilla es un "hecho social total", como bien dice don Isidoro Moreno Navarro. Un respeto para el que siente y sabe, oiga, por muy rojo de toda la vida que sea. Ha habido muchísimos intentos de explicación de nuestra Fiesta Mayor, desde los de Núñez de Arenas o Chaves Nogales hasta los de los reverendos padres Cué o Gutiérrez, pasando por Ortiz Muñoz, Paco Robles, Antonio Burgos o los dos grandes Rafaeles, Laffón y Montesinos. Pero a todos les falta algo.

Nadie puede recoger, y por tanto nadie puede contar, todos los pensamientos, las íntimas y trascendentes reflexiones sobre uno mismo y sobre la vida entera de uno; ni los hondos sentimientos de exultación al palpar la trascendencia; o de tristeza y de pena por el paso del tiempo y por el despilfarro que podamos haber hecho de él; o de alegría por sentirse parte de una ciudad en la que, mirándonos los unos a los otros a los ojos, en Semana Santa todos nos sentimos orgullosos de Sevilla, nuestra nación y nuestra manera de ser, y el crisol de nuestras formas de sentir la vida y la religión.

Han puesto en cuestión nuestra vida más íntima y los autores no son dignos de vivir aquí

A veces pienso que me gustaría ser una especie de diablo cojuelo, con capacidad de transmigrar por los adentros de todos los sevillanos, para aprender de ellos, de verdad, qué es la Semana Santa de Sevilla. No sienten de la misma manera, seguro, los nazarenos del Valle o la Carretería que los de San Esteban o San Gonzalo, porque cada hermandad es un mundo y cada vida un universo.

Pero tenemos algo en común: nosotros no celebramos sólo la pasión y el martirio de Cristo. Ni podemos ni queremos estar, en la primavera de Sevilla, pensando sólo en nuestros pecados y en la posible condena eterna. Los sevillanos celebramos la Resurrección, nos aferramos al Gran Poder y nos sentimos protegidos por las Esperanzas. Sabemos que el gran sacrificio del Calvario pasó, que los supremos momentos de la Expiración y de la Mortaja fueron superados y que la Piedad -la compasión y la mirada al otro- es el mensaje clave. La rigidez secuencial de los tiempos litúrgicos de la Semana Santa de la Santa Madre Iglesia no concuerda con la visión integral del mensaje evangélico de la Salvación que tenemos los sevillanos.

Por eso, seguramente, después de cada Semana Santa los sevillanos salimos con fuerzas para tirar otro año hacia delante. Renacemos cada primavera, con ella. Y por eso la vivimos, preparando la siguiente, día a día, desde que acaba la de cada año.

Esta Madrugada, la Semana Santa y nuestra manera de incardinarnos en ella han sufrido agresiones salvajes, indecentes e irrespetuosas para todos. No sólo han sufrido las víctimas directas de los hechos. Ha sufrido toda la ciudad y todo nuestro estilo de convivir en ella. Han sido ataques extremos, que deberían ser castigados ejemplarmente. ¡Qué bonito sería poder restaurar la pena de extrañamiento o alejamiento, con la cual las ciudades condenaban a quienes no eran dignos de vivir, más nunca, en ellas! Han puesto en cuestión nuestra vida más íntima y los protagonistas no son dignos de vivir aquí ni de ser considerados como nuestros iguales.

Pero habría que añadir algo. Los grandes ataques a la sociedad son más fáciles siempre si los modos de vida son puestos habitualmente en cuestión, más o menos sibilinamente, un día sí y otro también. Pensemos en ello. Menos reconvenciones eclesiales ancladas en visiones monolíticas de la expresión de la fe; menos presencia impostada de autoridades en las celebraciones cívico-religiosas; menos sillitas y menos ocupaciones estables de los espacios que son de todos; más respeto real cotidiano y no sólo un Día del Amor Fraterno; menos considerarlo todo como un espectáculo y un reclamo turístico y más puesta en valor de algunas cosas esenciales, desde la música a la manera de llevar los pasos. Un respeto a Sevilla. Digo yo, aunque puedo estar equivocado.

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