El Palquillo

"Había un miedo abstracto, nadie sabía por qué corría"

  • El policía nacional que detuvo a dos de los implicados en los disturbios relata cómo fue la accidentada noche

Ya desde antes de salir era una Madrugada extraña. Había un nerviosismo inusual. Se acercaban muchos hermanos a preguntarnos si había ocurrido algo. Algunos estaban asustados porque habían visto a compañeros nuestros con los chalecos antibalas. Les decíamos que no había nada, que estuvieran tranquilos, pero ya se palpaba esa tensión en el ambiente". Quien así habla es Martín, oficial de la Policía Nacional que cumplirá el próximo Viernes Santo diez años acompañando al Señor de la Sentencia, y que detuvo a dos de los implicados en los disturbios de la Madrugada de 2017, que estaban provocando avalanchas en la plaza del Salvador.

Es el responsable del dispositivo de acompañamiento de la Policía Nacional en la Macarena, cofradía de la que es hermano. Suele ir en la delantera del paso del Señor. Cuenta que nada más salir, cruzando el arco, ya tuvieron el primer incidente. Un hombre vociferaba e insultaba. Fue sacado de la bulla y calmado por los agentes de la Unidad de Intervención Policial (UIP), los antidisturbios, que se encontraban muy cerca. En Feria hubo otro problema. En un balcón había una fiesta y se cayó un vaso a la calle, sin que ninguna persona resultara herida.

"Ya desde el principio había un nerviosismo inusual entre los propios hermanos"

La cofradía siguió su camino hasta que se encontró con la primera de las tres grandes avalanchas que destrozaron el cortejo. "Fue en Sierpes, ya casi en la plaza de San Francisco. Oí un ruido, como un murmullo, que iba en aumento hasta que se convirtió en una estampida. Antes de ver a nadie correr, oí el sonido que hacían. Me recordó a la película Jumanji". La primera oleada descompuso las filas de nazarenos. "La gente saltaba desde las gradas de la plaza de San Francisco y los nazarenos corrían hacia el paso. Pedíamos a todos que se echaran a la pared y dejaran pasar a quien viniera corriendo por el medio de la calle, mientras que cogimos a los niños y los metíamos en los portales. Cuando miré a la Plaza de San Francisco vi sólo a cuatro nazarenos que habían mantenido el tipo en la fila". Tanto los guardias civiles de escolta como una representación del Ejército de Tierra que iba junto al paso se pusieron a su disposición para colaborar en mantener el orden público.

El policía y sus compañeros empezaron a preguntar al público de qué corría. "Nadie me lo supo decir, nadie vio nada ni sabía por qué corría. Habían oído cerrarse varias sillas y creían que pasaba algo. Era un miedo abstracto". Los agentes intentaban tranquilizar a nazarenos y público. Cuando pasó la avalancha, se recompuso la cofradía. "Bueno, con la mitad de nazarenos, eso sí. Los niños pequeños, por ejemplo, habían desaparecido. Los padres se los habían llevado a todos". Comenzó el paso a andar y la gente a aplaudir.

Así llegó el Señor de la Sentencia a la Catedral. "Me salí para dar la vuelta a la Catedral y volver a meterme en la puerta de los Palos y ahí empezó otra vez. Vi a vigilantes de seguridad correr despavoridos y les gritaba que no corrieran". Ahí los policías atendieron a un señor mayor que sufrió una caída y se le salió el hombro. Lo metieron en el restaurante Casa Robles y ahí estuvieron asistiéndolo hasta la llegada del servicio médico. Esa fue la segunda avalancha.

La tercera ocurrió después. Los policías iban entre los tramos de nazarenos, recomponiendo a duras penas las filas, ejerciendo casi de diputados mayores de gobierno, y llamando a todos a la calma y explicándoles que no había ocurrido nada grave. El paso de Cristo avanzaba por la Plaza del Salvador y los agentes se encontraban entre los tramos de la Virgen. Se salieron para rodear el Salvador por la Plaza del Pan y entrar por la calle Córdoba para volver a la delantera del misterio. En ese momento los requirieron varios hermanos que habían rodeado y recriminaban su comportamiento a dos jóvenes a los que habían visto claramente decir "una, dos y tres... ¡ahora!" y empezar a correr, provocando nuevas avalanchas. Luego se paraban y se reían.

"Los detuvimos allí mismo pero sobre todo los protegimos porque la gente quería lincharlos. Recuerdo a un padre que le gritaba a uno de ellos 'por tu culpa se han llevado a mi hijo al hospital'. Tuve que frenarlo porque quería matarlo", explica el policía, al que le pasaron mecheros y botellas a escasos centímetros de la cabeza. "No querían darme a mí, sino a los dos chicos, pero claro, yo estaba en medio". Así recorrieron la calle Córdoba de nuevo, con los dos detenidos y con el público fotografiándoles con sus teléfonos móviles. "Y la gente comenzó a aplaudirnos y a gritar ¡Viva la Policía Nacional!"

Llevaron a los arrestados hasta un vehículo y de ahí se marcharon a la Jefatura Superior de Policía, en Blas Infante, donde elaboraron un primer informe de lo sucedido para el atestado. Después regresaron a la cofradía. Alcanzaron al Señor de la Sentencia por la calle Relator, ya de mañana. De ahí a la entrada ya no hubo más incidentes.

Este año ha decidido que será el último que participa en el dispositivo de acompañamiento de la hermandad. Su sueño es salir de armao. Lleva más de diez años en la lista de espera y confía en que esa aspiración llegue alguna vez. "Ya hay un guardia civil en los armaos, espero que pronto haya un policía nacional también". Natural de Écija, localidad en la que es hermano de la cofradía de San Gil (obsérvese la coincidencia macarena), este oficial trabaja a diario en la comisaría de la Alameda de Hércules, a menos de un kilómetro de la Basílica. Allí desempeña sus funciones en el grupo de investigación de Policía Judicial. Casi siempre va de paisano. Salvo en la Madrugada. Ahí siempre de uniforme.

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