Rincones con encanto

Surcando saetas entre naranjos

  • Hasta mediados de la década de los 60, este enclave estaba cerrado hacia el oriente para abrirse mediante la calle de la Virgen de los Buenos Libros

Cardenal Cisneros

Cardenal Cisneros

Esa plaza rectangular se abriría por su cara oriental mediante la creación de una nueva calle, la de Virgen de los Buenos Libros y que sería realidad con la expropiación de parte de la casa palacio del marqués de Gómez de Barreda y del contiguo colegio de las Esclavas Concepcionistas. Esa calle de Virgen de los Buenos Libros iba a conectar con Teniente Borges y San Juan de Ávila para darle una salida hacia la Plaza del Duque de laVictoria y a otra de nueva creación llamada de la Concordia.

Pero vayámonos a los primeros indicios de tan principal collación sevillana y vemos que el meollo del enclave se va a 1559. Se trata de la edificación de una iglesia gótico-mudéjar que fue el centro de cuanto se construyó alrededor. En el frontispicio de su puerta principal figura tallada en la piedra la siguiente inscripción: 1559 Domus Dei Porta Coeli 1559. Por lo tanto queda claro que esa Casa de Dios y puerta del Cielo ha cumplido con creces los cuatro siglos.

Y esa plaza que fue Pila de San Vicente hasta 1845 y Plaza Grande hasta la instauración de la Primera República en 1868, justo en este año pasó a denominarse Progreso. Sólo duró unos meses con ese nombre y a partir de ahí se rotuló con el nombre del que fuese Primado de Toledo y Regente de Castilla a la muerte de Fernando el Católico, el Cardenal Cisneros. Se le llamó Ximénez de Cisneros hasta que en 1917 se le incorporó el tratamiento cardenalicio para denominarse como en éstos nuestros días, Cardenal Cisneros.

Cuando era plaza cerrada limitaba por levante con Jesús, hoy Jesús de la Vera Cruz, y a poniente con San Vicente más una salida por Alfaqueque hasta Goles. En su parte central afluyen a ella Miguel del Cid y Abad Gordillo y conviene detenerse en ese apéndice que tiene al norte con la intimista placita de Doña Teresa Enríquez. Es una delicia con crucero central donde reina el azahar y que debe su nombre a una prima de Fernando el Católico, fundadora de las hermandades sacramentales sevillanas.

El caserío de Cardenal Cisneros es de primerísima calidad y destaca el edificio que se mandó construir José María Benjumea, que luego fue sede regional de la Organización Nacional de Ciegos y que actualmente es residencia de la familia Cobo bajo el pomposo título de Casa Palacio del Cardenal Cisneros. Y, por supuesto, el Palacio de Monsalud, que fue domicilio de los marqueses de Rivas y de Monsalud, que hasta mediados de los 70 fue sede de la Región Aerea del Estrecho y hoy rehabilitado para viviendas y despachos profesionales.

Los balcones del Palacio de Monsalud fueron siempre lugares desde donde la saeta se elevó al cielo tanto el lunes como el miércoles, igual que hoy sonarían a la salida y a la entrada de la Hermandad de las Penas como pasado mañana en oración al Cristo de las Siete Palabras y a Nuestra Señora de la Cabeza. Y hubo un tiempo, cuando era mandamás de nuestro espacio aéreo el teniente general José Rodríguez y Díaz de Lecea, en que esos balcones cobraron especial predicamento.

Pepe Lecea, como era tratado por sus allegados, fue un acreditado benefactor de artistas y de toreros, a los que aliviaba muy a menudo del complicado yugo del servicio militar para que pudiesen cumplir con sus respectivos compromisos profesionales. De ahí que cuando llegaba el momento de la contraprestación de favores no faltasen los cantaores dispuestos a subirse al balcón de Aviación para rezarles cantando a las imágenes que salen y entran en San Vicente.

Dato anecdótico es que en esta plaza hubo una fuente pública que se nutría de aguas procedentes de la Fuente del Arzobispo y que rara vez cumplía con su cometido, por lo que poco faltaba para que repicasen las campanas de San Vicente ese día en que el agua salía por sus surtidores.

También como anécdota cabe reseñar los métodos preconciliares de cierto párroco que sólo doblaba la cerviz ante la inefable doña Concha Cascajares, dama de alta alcurnia y de religiosidad a prueba de concilios que manejaba como le daba la gana a aquel trueno aparentemente indomable que atendía por don Prudencio, don Prudencio de la Puente, párroco de San Vicente... efectivamente.

Y aunque durante todo el año es enclave que merece muy mucho vivirlo, hoy se viene un poco más arriba al rebujo de la Hermandad de las Penas, con salida a la atardecida y entrada cuando ya el lunes empiece a ser martes. El efluvio del azahar es el complemento ideal para una acústica que permite deleitarse con cada sílaba de la oración cantada que es la saeta. Y el miércoles, más, otra historia y con el mismo escenario. Hoy, las Penas, aroma a naranjos en flor, intimismo en justa medida, San Vicente, casi nada...

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