Colección 'Cofrades, el genio de un pueblo'

Homenaje a los hombres que hacen la Semana Santa

  • Mientras otros fotografiaban la Semana Santa, Martín Cartaya fotografiaba a quienes la hacen. Con 600 fotografías de su archivo hacemos a los cofrades el homenaje que la ciudad les debía. Colección de 6 DVD: Capataces - Devotos - Semana Santa - Capillitas - Pregoneros - Creadores

Vea aquí la galería de imágenes de la exposición Cofrades. El genio de un pueblo

En las fotografías vinculadas a este texto se resume el espíritu de las 600 fotografías de Jesús Martín Cartaya utilizadas para realizar los seis DVD Cofrades. El genio de un pueblo que Diario de Sevilla les ofrece esta Cuaresma.

Los hermanos del Museo –con el creador del Lunes Santo, Luis Torres, al frente– llevan su Cristo de la Expiración casi como los combatientes americanos alzaron su bandera en Iwo Jima. Eastwood llamó a la película que dedicó a este episodio Banderas de nuestros padres. No sería mal título –poniendo devociones en vez de banderas– para resumir la realidad más honda de las hermandades y de su floración anual en forma de cofradías que hace posible la Semana Santa: la amorosa transmisión de padres a hijos de la devoción a las imágenes y del amor a las hermandades que las custodian.

Una transmisión de misterios eternos hecha en la cotidiana intimidad doméstica con tanta sencillez, que los rostros de Dios expresados por las imágenes figuran, junto a los de los padres, entre los recuerdos primeros; que las advocaciones de las imágenes están entre las primeras palabras que se pronuncian; que los complejos misterios de la fe se aprenden con la naturalidad con que se aprende a andar o a hablar. “Dios de nuestros padres”, llama Israel a Yahvé. Y así le llaman, porque así lo sienten, los cofrades y devotos sevillanos.

Junto a esta fotografía en la que los cofrades del Museo alzan la imagen del Dios de sus padres figuran otras que retratan personalidades y situaciones distintas e iguales. Los rostros rotundos del poeta José Lérida y Vargas y del costalero Ricardo Gordillo Díaz “el Balilla”, el que gritó por primera vez “¡Al cielo con Ella!”, ante su querida puerta de San Román. Los capillitas Alfredo Flores, José Sánchez Dubé, Enrique Osborne, Antonio Hermosilla, Vicente Acosta y Ramón Martín Cartaya. Hombres distintos de mundos y fortunas distintas que vivieron vidas distintas, unidos por la común devoción a sus imágenes y por el común servicio a sus muy distintas y también muy iguales cofradías: los Gitanos, San Gonzalo, la Estrella, la Quinta Angustia, Santa Cruz, la Esperanza de Triana y la O. De centro y de barrio, severas y alegres, con rico patrimonio o duchas en estrecheces, aristocráticas o populares. ¿Qué más da? En las Hermandades y en la Semana Santa es mucho más lo que une que lo que separa.

Pueden ver a José María O’Kean rezando con los ojos a su Virgen del Valle. En otra fotografía se ve al “Balilla” en idéntica pose, mirando con idéntico fervor a su Virgen de las Angustias. Todo, menos el ser machadianamente buenos, separaba a estos hombres: un modesto costalero y un reputado maestro sastre con prestigiosa tienda abierta en la Plaza Nueva. Pero el gesto, la emoción y la intensidad de las miradas son las mismas. En estas dos fotografías se muestra la horizontalidad interclasista de las Hermandades que se da dentro de ellas y entre ellas. Una de sus más hermosas realidades. Y de las menos conocidas por quienes desprecian cuanto ignoran.

Puede verse también la gloria de los armaos. Gloria que bizquea y fuma, gloria con el casco terciado como un sombrero de ala ancha, gloria de caras trabajadas por la vida, gloria de gentes del barrio que dio su apellido a la Esperanza, del mercado de la calle Feria o de la Encarnación. Hombres del pueblo transfigurados en la noche única entre todas las noches y en la mañana única entre todas las mañanas.

Gloria del pueblo alzado en armas de esperanza. Y el tabernero cantaor o el cantaor tabernero Pepe “Peregil”, cantándole al Señor de la Sentencia junto a un nazareno con pose de picador: brazo en jarras y vara en mano. Otra gloria: la del merino y el terciopelo.

Hay una corriente de simpatía entre las dos fotos –saetero, tabernero y armaos- que trae memorias de plumas blancas entrando y saliendo de “El Andaluz” o de “Vizcaíno”. Esas plumas blancas que yo veía desde mis balcones niños atravesar la bulla del ensanche de Regina buscando la estrechez que los llevaba a las tabernas de la calle Feria.

Si esto se puede decir de algunas de estas fotos, pueden imaginarse lo que dicen las seiscientas fotos con las que Carlos Valera y un servidor hemos realizado estos seis DVD; dándoles más vida aún de la que tienen al añadirles movimiento, músicas, entrevistas y la voz de Chano Amador –la voz hincada en la memoria por Saeta– interpretando textos de referencia sobre la Semana Santa. Verán y oirán a Bejarano, Ariza, Villanueva, Palacios, Gallardo, Borrero y Santiago. Oirán palabras –entre otros– de Romero Murube, Manuel Sánchez del Arco, Rodríguez Buzón, Javierre, Esquivias, Navarro Palacios, Delgado Alba, Rubio o quien esto escribe.

Todo puesto al servicio del fabuloso archivo fotográfico de Jesús Martín Cartaya el hombre que, como reconoció la Fundación Machado al otorgarle el premio Demófilo, ha realizado durante los últimos 50 años una fundamental tarea de “documentación fotográfica de lo cotidiano que le convierte en cronista privilegiado de la memoria sentimental de la Fiesta Mayor de Sevilla”. Mientras otros fotografiaban la Semana Santa, Martín Cartaya fotografiaba a quienes la hacen: capillitas, cofrades, pregoneros, capataces, costaleros, tertulias, traslados, cultos internos, capataces, costaleros, orfebres, bordadores, imagineros, tallistas, compositores… Por eso, por privilegiar la vida sobre la historia, el instante sobre los siglos y los seres sobre las cosas, escribí una vez de él que es el Francisco Pacheco fotográfico de los capillitas y el Bermejo gráfico de la memoria sentimental e íntima de la Semana Santa.

Nadie como él podía ayudarme, con sus fotografías, a hacer algo que acariciaba desde hacía mucho tiempo: un homenaje a los cofrades y a todos cuantos dan vida a las Hermandades y hacen la Semana Santa. Se puede decir de ellos, con relación a las fatigas y batallas de la vida, lo mismo que Churchill dijo de los aviadores de la RAF durante la Batalla de Inglaterra: “Nunca tan pocos hicieron tanto por tantos”.

Y no exagero. Piénsese en la importancia que las Hermandades tienen como elementos de cohesión y vertebración social de la ciudad. Pésese la importancia que la Semana Santa tiene en la proyección internacional y la economía de Sevilla. Calíbrese la importancia del patrimonio artístico encargado, pagado y custodiado por las Hermandades desde hace cinco siglos. Y sobre todo, porque es lo más importante, mida cada cual la importancia que las sagradas imágenes tienen en su vida: lo que aportan, alumbran, sostienen, reviven, resguardan. Pues a ellos, a los cofrades, se lo debemos.

Si tenemos la cofradía de la Macarena es porque la Hermandad otorgó poder a Alonso Ruiz de Zamudio en 1615 para “ganar licencia para que la dicha Cofradía salga en procesión el Viernes Santo por la mañana de cada año para siempre jamás”. Si tenemos al Señor del Gran Poder es porque, tras encargárselo a Juan de Mesa y pagárselo con 2.000 reales, un grupo de cofrades encabezado por Alonso de Castro fue a recogerlo a su taller un bendito uno de octubre de 1620. Si tenemos al Cristo del Calvario –y no lo cito porque sea mío, sino porque este año cumple cuatro siglos– es porque Pérez de Torquemada se lo encargó a Ocampo el 5 de noviembre de 1611, por el celo del párroco de San Ildefonso –que también hay curas cofrades– y por los hermanos que en 1886 reorganizaron la antigua Hermandad de los Mulatos. Así en todos los casos y hasta hoy. Si estas imágenes fueron hechas, recibieron y reciben culto interno cada día y el culto externo que creó y mantiene en vida la Semana Santa es gracias a los cofrades. Por eso Diario de Sevilla les dedica este homenaje que la ciudad les debía.

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