Cofradias

Luz y mucha muerte por el Postigo

  • Jornada de contrapuntos la del Martes Santo, mano a mano el ruán y la capa · Desde el Cerro y la Calzada las de extramuros y del casco histórico las demás · No se pierda la Candelaria por los Jardines de Murillo

ESTALLARÁ la tarde en su plenitud cuando el sin par cortejo de los Estudiantes supere el Postigo del Aceite camino de su particularísimo monte Calvario. Lo lógico es que un sol radiante caiga sobre la vertical del monte de lirios más bello de la gran celebración, el que sostiene la figura muerta del Cristo de la Buena Muerte. Ahí, en esa frontera que establece el postigo de la vieja muralla, la obra de Juan de Mesa sobrecoge como muy pocas son capaces de sobrecoger y de mover a la contrición más sincera.

Es éste un día en que se dan la mano el ruán y la capa, la negra severidad de los cortejos de los Javieres, de los Estudiantes y de Santa Cruz con el compás que llega de la Calzá y de San Esteban, que alcanza la ciudad desde la lejanía del Cerro del Águila o que pone el equilibrio necesario con la Bofetá desde San Lorenzo y la Candelaria desde San Nicolás. Es una tarde en la que se ensamblan la negrura de la muerte, de esa muerte que va manando a chorros por el Postigo o luego por la Alcazaba, y la alegría de las de capa en la confirmación de que, como dijo el insigne pregonero, es una película tan repetida que ya se sabe de antemano que el muchacho acaba ganando y para qué vamos a mortificarnos.

Atrás quedó lo que quedó y hoy arranca todo muy pronto en el Cerro. Casi veinte años ya de la primera vez, el arrabal lejano se viste con sus galas de domingo para entregarse a sus imágenes en una comunión de fe que se hubiese visto como algo imposible hace años. Nadie hubiese previsto que en el Cerro cobrase fuerza un movimiento religioso con el vigor que hoy aglutinan el Santísimo Cristo del Desamparo y Abandono y María Santísima de los Dolores. Y en el recuerdo más joven figura en lugar preeminente lo que significó en ese barrio obrero la Coronación de su Virgen.

De la fiesta de barrio en día de fiesta al ruán austero de la hermandad de los Javieres, fundada en los Jesuitas y morando hoy en Omnium Sanctorum. A renglón seguido emparedarán a la cofradía de la Universidad dos cortejos populosos, con carácter propiamente de las de capa. Primero se producirá el gran milagro de San Esteban, el de cómo sorteará los diamantes de la ojiva de su puerta el palio de la Virgen de los Desamparados. Es un milagro inquietante, habitualmente con final feliz, el que ese palio pueda superar tamañas dificultades, algo que se logra gracias al esfuerzo de unos costaleros que han de sacar el paso prácticamente de rodillas.

En esos momentos ya se prepara en la Calzá la Presentación de Jesús al pueblo, un acto que ganaba en espectacularidad cuando aún estaba en pie el puente de la calle Oriente y Jesús se asomaba a Sevilla desde aquella frontera hipotética que separaba al pueblo de la ciudad. Cortejo larguísimo el que viene de San Benito para serpentear por media Sevilla, que cuando la cruz esté en Campana, bien puede el palio venir muy lejos, quizá por los antiguos Juzgados o por San Pedro.

La Candelaria, la Bofetá, Santa Cruz... Música vibrante en las dos primeras para llevar dos palios como los de la Candelaria y la del Dulce Nombre, seriedad en Santa Cruz por el dédalo de su barrio e imponente a la vuelta cuando vaya escalando Mateos Gago, la calle más bella de esta Jerusalén efímera, especie de sevillanísima calle de la Amargura para que el Santísimo Cristo de las Misericordias alcance su Gólgota allá arriba, justo desde donde la Giralda, Juan Ramón dixit, parece un tallo luminoso que emerge desde el centro de la Tierra. Bellísima perspectiva la de Cristo dando las últimas bocanadas al aire impregnado del azahar de los naranjos de esa incomparable vía.

Un par de horas antes se habrá recortado la figura del Cristo de los Estudiantes sobre el paño norte del Alcázar y la Giralda habrá proyectado su gigantismo en este gigante de Juan de Mesa que vuelve a casa ya de noche, que este año estamos a salvo del cambio horario, ése que apenas permite que los cirios de los estudiantes se enciendan en el breve camino de vuelta. Ya no tiene cabida la luz solar que estalló en el monte de lirio por el Postigo, sino la propia luz que irradia esta maravilla de Cristo muerto.

Pero cuando todo esto suceda, cuando el Cristo de la Buena Muerte llene de nostalgia el balcón de cierta casa solariega de la Plaza de la Contratación quedará aún mucho Martes Santo. Quedará, por ejemplo, el acompañamiento masivo a la Candelaria por los intimistas jardines de Catalina de Ribera, habrá una fiesta grande en el Cerro, se repetirán los fastos por la Calzá y en San Esteban para que vuelva en palmitas la del Dulce Nombre por el centro del centro.

Se redoblarán las marchas desde la Plaza Nueva hasta San Lorenzo, por Tetuán y el Duque, por Jesús del Gran Poder y Conde de Barajas para que San Lorenzo sea tumulto respetuoso ante la agresión que Jesús sufre en presencia de Anás. El Martes Santo ha doblado la cerviz cuando la última saeta surca el aire de San Lorenzo como piropo a la bellísima Virgen del Dulce Nombre y el gallo está a punto de cantar por segunda vez.

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