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Cofradias

El día en que la ciudad huele más a pueblo

  • La ciudad, sorprendida quizás por el calor y el pleno de cofradías, revive ritos olvidados Mucho público crispado y sin saber moverse, con cada vez más jóvenes 'bordilleros', sentados en los bordes de las aceras

LA auténtica fiera ruge en los tendidos. Así termina el célebre libro que todo taurino se ha empapado alguna vez. Y el público crispado toma las calles en Semana Santa. Analogía perfecta. Será la pérdida de la costumbre de días de calor en Semana Santa, será porque sólo ha habido dos Semanas Santas completas en diez años (2001 y 2009). Será porque el público cada vez sabe menos ver cofradías, buscar los pasos, esperar mientras se empapa uno de los mil y detalles que ofrecen los cortejos. O porque también es verdad que cada año es más difícil cualquier desplazamiento por culpa de los silleros (de los asientos de chinos) y de los bordilleros, que son los jóvenes que usan los bordillos como bancos desde una hora antes de la llegada de la cofradías. Demasiada gente crispada, dispuesta a pleitear por la más mínima nimiedad. O tal vez es que, simplemente, habíamos perdido la memoria de una Semana Santa con varios días de cielos despejados por delante.

El sol dejó calles divididas como una plaza de toros. Público de sol y público de sombra. El Domingo de Ramos huele a chucherías y piñonates de la plaza del Cristo de Burgos y tiene la fragancia ochentera de las salchichas de Boteros, tiene el sonido metálico de los mostradores especiales, las escenas de lactancia en las vías públicas y la estética previsible de las chaquetas voladoras. El Domingo de Ramos tiene también el brillo de lentejuelas de vestidos más propios de fin de año, los pabilos sin cortar de los nazarenos de Los Terceros, "¿Me deja paso, por favor?", balcones con colgaduras ricas, balcones sin colgaduras, balcones con alguna colcha o elementos taurinos para olvidar, "Cierra ahí ya, aquí ya no pasa nadie más", el barco de la Eucaristía que genera los comentarios más inesperados ("este paso sale en tu libro de Religión, nene"), los miles de bibis de agua para los pequeños integrantes de la cofradía apócrifa de los carritos, la legión de móviles alzados cada vez que llega un paso como guiones digitales del siglo XXI, la ausencia de decoración en la casa de alta nobleza que mira hacia la Pila del Pato, la estética de La Antilla que ofrece el entorno de la cervecería El Tremendo, el horripilante efecto del color amarillo de muchas señales municipales, que pareciera que el enemigo está en casa; el obeso patillero cuyo botón del cuello de la camisa está punto de saltar un ojo, el niño del tambor, la tarde que dio en Doña María Coronel..., los tontos del siseo, doña Carmen Laffón tras uno de los pasos de palio que parecen sacados de un cuadro de Sorolla (la preciosa Virgen del Subterráneo), el redoble de Hidalgo tras el Señor de las Penas por Cardenal Cervantes con esos uniformes de la Centuria que tienen tanto sabor y tan buen gusto, "El Enrique y la Carmen van en San Roque. En Enrique va rezando el rosario"; la porfía que nunca falta, "No le quite el sitio a los niños que están en primera fila desde el principio para pedir caramelos", "Señora, no pretendo quitarle el sitio a nadie", y hasta la pelea de la joven pareja mientras pasan y pasan nazarenos: "Con mis otros novios veía mejor las cofradías".

Todo cabe en un Domingo de Ramos pleno, perfecto en sus luces y sombras, desde las palmas de Elche (sí, de Elche) que se vieron en la procesión matutina del Cabildo Catedral (donde algunos no tenían cara precisamente de hacer amigos) hasta los primeros nazarenos de la Amargura -momento cumbre del día- que aparecen a media tarde por una costanilla con olor a pizza. Si hay un colectivo que merece una medalla especial por el Domingo de Ramos no es precisamente el Centro de Coordinación Operativa, al que se le escaparon varios detalles, deficiencias en pasos de la carrera oficial y la presencia de veladores nada menos que en la calle Álvarez Quintero al regreso de la Borriquita, donde se vivieron escenas de verdaderos nervios.

Los padres de los pequeños nazarenitos de la Entrada en Jerusalén son los grandes sacrificados del día. En un año han pasado de la mojá por la carrera oficial al calor insoportable cuya molestia se multiplica por el efecto de las bullas. Impresiona en muchos momentos la capacidad de aguante y la paciencia de estos padres, que aguantan también cómo los críos soportan los empujones pese al esfuerzo de los diputados y hasta de los músicos de la cruz de guía para evitar el efecto de quienes se deciden a ir a la búsqueda del paso de cualquier manera.

El Domingo de Ramos es el día en el que la ciudad huele más a pueblo. La Plaza Nueva, la Puerta de Jerez, la Plaza de la Encarnación... Son como grandes plazas de pueblo en las que se cita el público de todas las edades. Plazas a las que acuden los extravíados de la pandilla, pese a los teléfonos móviles. "Yoli, ¿dónde te metiste con el Juanfran?" Lo de hoy -jornada laborable- guardará muy poca relación con lo vivido ayer. El encanto de un pueblo sólo se experimenta el Domingo de Ramos, con el único oasis del sopor de las caras que se aprecia en los palcos. Pasar por el cruce del Laredo permite comprobar dos claves: los palcos son una caseta de Feria sin barra y el peor sitio para ver cofradías. Y la inmensa mayoría del público que los puebla está en edad de patear calles. Será que, como decíamos al principio, cada vez se sabe menos moverse por las calles, porque quizás cada vez se conocen menos las calles durante todo el año, no sólo en Semana Santa.

Cae la noche. La cruz de guía de la Amargura llega a la Plaza del Duque. El Metro evacua al personal del Aljarafe. Aún quedan niños dormidos en los carros en el regreso nocturno de la Paz. Los nazarenos de la Estrella van de tres en tres. El público se calma en parte, pero sólo porque disminuye la cantidad. La Yoli sabe Dios dónde está a estas horas en la que los tacones vuelven al altillo. Y el Enrique de San Roque habrá terminado el rezo del rosario. Domingo de Ramos de sol, Domingo de Ramos de pueblo.

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