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Cuaresma · Cofrades por el mundo

La mejor medicina en la diáspora

  • José Francisco López es uno de los hermanos más antiguos de la Amargura y ha ejercido de profesor de Medicina en Canadá casi medio siglo · Recuerda la Semana Santa de su niñez de mano de su padre.

Decía el poeta Montesinos que la memoria es el camino más corto para herir. Lo dejó escrito en el poema El rito y la regla, convertido en un texto antológico de la literatura cofradiera, de la buena por supuesto, aquella que ahonda en los sentimientos y escapa a los ripios que tanto abundan en los discursos que se pronuncian estos días desde distintos atriles de la ciudad. José Francisco López sabe muy bien cuál es ese camino. Lleva más de medio siglo recorriéndolo cuando estos días lo devuelven al tierno paraíso de la infancia, a esquinas y enclaves que anduvo de la mano de un padre que le enseñó -tanto a él como a su hermano-cómo hay que moverse en Semana Santa en Sevilla y al que le debe, por encima de todo, su pertenencia a la Hermandad de la Amargura. Ochenta años tienen aquellas vivencias que aún hoy recuerda, al calor de una chimenea en Canadá, cuando la primavera se abre paso en la ciudad hispalense y la nieve aún no se ha derretido en la que viene siendo su residencia desde hace 48 años, Saskatoon.

Esta ciudad pertenece a la provincia canadiense de Saskatchewan. Allí se trasladó con su mujer, Matilde (también sevillana), en 1963 tras permanecer en la ciudad estadounidense de Chicago (Illinois), donde se especializó en Medicina Interna y Cardiología después de haberse licenciado en Medicina en la Universidad de Sevilla. Al acabar sus estudios le ofrecieron un puesto de profesor de Medicina y director de laboratorio de Cardiología en la Universidad de Saskatchewan, labor que ha estado desempeñando hasta que se jubiló en 1997, aunque sigue dando clases en la institución. Este antiguo alumno del San Francisco de Paula abandonó Sevilla en 1956, dos años después de que fuera coronada la Dolorosa de San Juan de la Palma. Dejaba atrás un reguero de experiencias en una ciudad que entonces ofrecía pocas expectativas para la especialización médica. Con este adiós se llevaba una serie de recuerdos que lo han acompañado el resto de su vida y gracias a los cuales no ha perdido el vínculo con su familia, con su hermandad.

"Mi padre, que pasó la mayor parte de su vida trabajando para la hermandad, me hizo hermano de la Amargura al poco de nacer", recuerda López, quien añade que salió de nazareno hasta que abandonó España. "Desde los 12 a los 26 años no hubo Domingo de Ramos en el que no hiciera estación de penitencia con la Amargura". Fue una infancia y una juventud marcada por la Semana Santa, de hecho, López reconoce que tanto su hermano como él eran "los típicos capillitas" en plena adolescencia, cuando participaban en todos los actos de la hermandad y se sabían "al dedillo" la historia de casi todas las corporaciones. No era para menos, habían tenido a un buen maestro en esto de ser unos jartibles hasta la médula: su padre, José López Castañeda. "Sabía en qué esquina tocaban cada año la misma marcha, dónde se veía mejor un paso, nos contaba anécdotas de otros tiempos y sabía cómo moverse en la bulla, nunca nos perdimos por la experiencia que tenía". No faltaban en este periplo semanasantero dos citas imprescindibles: la salida del Silencio y acompañar al Gran Poder desde la Catedral hasta su entrada en San Lorenzo.

Eran años en los que la Semana Santa aún no estaba demasiado masificada y la naturalidad estaba siempre presente en la celebración. El binomio familia-hermandad era indisoluble. Todo lo que concernía a la corporación del Domingo de Ramos se convertía después en tema de discusión en el hogar. Pero la ilusión de José Francisco López por su profesión venció a los anclajes sentimentales. Medio siglo después conoce bastante bien otra cultura y ambiente que en poco se asemejan con lo que se vive en Sevilla estos días. En Canadá la mayoría de la población es protestante y sus principales celebraciones proceden de la cultura anglosajona. Las fiestas más importantes son la Navidad, el Domingo de Resurrección y el Día de Acción de Gracias que, a diferencia de Estados Unidos, se celebra de forma íntima y en el ámbito rural, al coincidir con el final de la cosecha.

El carácter familiar que tienen todas estas tradiciones está muy relacionado con el tipo de vivienda de los canadienses que, cuenta este sevillano, suelen ser casas aisladas con jardín, que invitan poco a vivir en comunidad con los vecinos. Esta individualidad familiar logra, por ejemplo, que muchos habitantes de Saskatoon consuman los productos que ellos mismos han cultivado en sus huertos caseros, llevando a la práctica desde hace más de un siglo la alimentación ecológica tan en boga en los últimos tiempos.

Los recuerdos, a los que tanto alude este cardiólogo, no son siempre buenos. Hay trozos de su vida que también están marcados por la tragedia, la más dura que puedan recibir unos padres, como es la muerte de una hija -licenciada en Matemáticas- con 29 años. En su memoria, tanto él como su esposa han establecido en la universidad en la que han trabajado una beca en el departamento de Biología para estudiantes canadienses y españoles interesados en la conservación de la naturaleza y la protección de los animales.

Lo dejó escrito Montesinos. La memoria es el camino más corto para una herida, que siempre cicatriza cuando evoca aquellos años de juventud en una bulla de primavera. "Recordarlos es una fuente de felicidad y añoranza". Dulce bálsamo para la diáspora.

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