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Cuaresma · Mis personajes

Ese pañuelo morado

  • Lleva 26 años saliendo de canastilla en una cofradía que ha conocido con cera negra y por la calle Temprado.

DEL Retiro Obrero a San Antonio Abad a pie y por el camino más corto. De Pío XII a San Antonio Abad, de la misma forma. De su casa de soltero o de su casa de casado, este nazareno primitivo nunca le ha temido a las distancias a la hora de cumplir las reglas. Hermano de torero y de pintor reconocido. Hijo de hermano del Silencio, padre y abuelo de hermanos del Silencio. Su padre murió en 1946 sin haberle hecho hermano de la cofradía. "Me decía que el Silencio era cosa de personas mayores, que yo sería hermano cuando fuera un hombre". Se inscribió por su cuenta en 1949. El farmacéutico Juan Jiménez Ortega le tramitó la solicitud. Ese mismo año vivió su primera Madrugada. Antonio Chiappi Bergali (Sevilla, 1930) nació en el Pasaje de Valvanera, muy cerquita de la Macarena. Pero su familia se trasladó al año siguiente a la calle Previsión del Retiro Obrero. "Mi padre sacaba su papeleta de sitio el mismo Martes Santo por la mañana, en las dependencias que hoy son el almacén de la hermandad. Allí sólo subía él, porque si no ibas a sacar la papeleta te podían invitar a que abandonaras la estancia. Mi madre y mis hermanos esperábamos abajo. La verdad es que daba miedo subir al despacho". Cuando le preguntaba a su padre la razón por la que se hizo del Silencio y no de otra cofradía, siempre le daba la misma respuesta: "Hijo, es que el Silencio es distinta a todas".

Su madre le llevaba junto a sus hermanos a ver la cofradía en la calle Alfonso XII, a la altura de la puerta de la iglesia. "Reconocíamos a mi padre por la túnica, que tenía esa tonalidad ala de mosca de la de años que tenía, porque se negaba a cambiarla". Chiappi Bergali enseña a sus nietos la razón por la que se debe participar en la estación de penitencia: "En la cofradía se sale por lo que se debe salir. Hay que tener fe y devoción. Salimos para rendir culto al Santísimo en la Catedral. Si no, nada vale. Yo no me enfado si no salen. Me enfadaría si salieran por una razón distinta".

La Madrugada de 1949 se presentó por primera vez de nazareno en el atrio de San Antonio Abad. "Allí había un recogimiento que hoy no existe. Era otra cosa. Había muchos hermanos que no se levantaban el antifaz ni en el patio. Éramos tan pocos que había bancos para sentarse durante la espera. La casa de hermandad actual no existía".

Hoy sigue viviendo la Madrugada de nazareno, como diputado. Lleva 27 años formando parte del cuerpo de canastillas. "Cada Madrugada miro a Jesús Nazareno y le digo que si él me ayuda una mijita más, vuelvo al año siguiente otra vez". Chiappi Bergali tiene su tradición particular como nazareno primitivo. Desde mediados de los años setenta guarda la costumbre de lucir cada Madrugada un pañuelo morado en el cuello. "Me gusta llevar algo del color de la túnica del Señor. El morado es el color del Señor. Por eso lo llevo". Por su edad ha conocido los tramos de Jesús Nazareno con cera negra. Le gustan más ahora, con la cera morada. "Aunque los primeros nazarenos de cera blanca son los más devotos del Señor, que salen ahí para ir viéndole..." También ha conocido la Virgen antigua, que actualmente se encuentra en el patio de la casa de los Ybarra. "Salí cinco veces de nazareno con la Virgen anterior. Recuerdo que Sebastián Santos, que tenía su taller en la calle Santiago, siempre me contaba que la Virgen de la Concepción era de la que estaba más orgulloso como escultor". Y ha sido nazareno del Silencio con retorno a San Antonio Abad por la calle Temprado. "Uf... Fueron dos años. Ese regreso era un calvario. La cofradía entraba de día. Y eran años en que el paso del Señor no estaba dorado aún. No me gustaba nada cuando le daba la luz".

En su dilatada trayectoria también ha habido lugar para ser costalero en la cuadrilla de Rafael Franco, la de las ratas. Después siguió con Los Rechi y con Salvador Dorado, El Penitente. "En aquellos años no salían los muchachos", en referencia a los hermanos costaleros. Después de Semana Santa llegaba la hora de cobrar. Y Chiappi, aunque no le gusta que se sepa, era de los que le hacía el trabajo a algún compañero enfermo para que no perdiera los ingresos. "Cuando El Penitentesacaba el Silencio, recuerdo que la cofradía corría más que un tren".

Chiappi no pierde nunca el contacto con el centro de la ciudad por lejos que resida de la Campana o la Plaza Nueva. Ni deja de ver cofradías a pie de calle, ni las mañanas de Semana Santa en sus templos. Trabajó cuarenta años en el Museo de Bellas Artes, donde casi siempre le respetaron los días de descanso en Semana Santa, aunque un año tuvieron que abrir las puertas a la visita turística nada menos que el Jueves Santo. Sin prisa pero sin pausa, como caminan los buenos nazarenos del Silencio, este Chiappi siempre tiene una cita con la memoria de su padre cada noche de luna de Parasceve en el cielo y de pañuelo morado en el cuello mientras el Dulcísimo Nazareno le ayude la mijita implorada.

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