Sevilla

Adiós al Valentino andaluz

El 10 de febrero cumplió 81 años pero, a pesar de su edad, Pepín Castillo -José Castillo Barragán-, era una persona joven. Arriesgado y revolucionario, el diseñador fue un avanzado a su tiempo y, más allá, un profesional consagrado, en cuerpo y alma, a un arte que bebió de los grandes de París. Y es que, precisamente a la capital de Francia, marchó el sevillano muy joven para adquirir unos conocimientos bajo los que construyó una trayectoria durante la que contó con clientas como Imperio Argentina, Lola Flores o la mismísima Concha Piquer. Sin embargo, su gran musa fue Juana Reina a la que confeccionó parte de su vestuario y que, ayer a la entrada del cementerio de Umbrete, pareció revivir a través de la voz de su sobrina, Loli, para dar la bienvenida al cielo a su gran amigo.

En la comitiva, nombres del diseño local como los de Pilar Vera, Luchi Cabrera, Reyes Hellín o Carmen del Marco, quien, en la última semana, asistió al deterioro físico del que, afectado por el cáncer desde 2008, no quiso tratarse ni ser intervenido de la enfermedad en espera serena de su anunciado final. Así era él. Una persona menuda pero de gran carácter que vivió su vida tal y como quiso vivirla. "Es un bastión de la moda en Sevilla", explicaba Raquel Revuelta. "Lo conocí en 1994, cuando se ofreció para hacerme mi traje de novia, y, a partir de ahí, mantuvimos una relación bastante estrecha. Era serio, exigente y minucioso y pienso que su obra debiera haberse reconocido a nivel nacional", resumía la artífice de un Simof, en sus inicios, muy apoyado por Castillo. Por su parte, Miguel Reyes aportaba el testimonio de un pupilo en el que Pepín creyó desde el principio. "Insistía mucho en que atendiera bien a las clientas y que estuviera atento a la caída de las telas. Parece que se ha ido una parte de mí".

No faltaron Lina, ni Patricia Vela ni, por supuesto, María José Santiago cantante a la que el maestro vestía y que también quiso, durante la misa, regalar su voz al que, en casa, ha dejado unos perrillos huérfanos, Marta y Terry, hacia los que sentía un cariño incondicional y que, hasta el final, no se separaron de su dueño. Amor, con amor se paga.

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