Calle Rioja

Anulación de reserva en Barbiana

  • Con 53 años, ha muerto Juan Carlos Urruchurtu, un periodista que participó en el diseño del Metro.

Me llamó para que anulara la comida. Me dijo que la reunión de trabajo en el Polígono Pisa se demoraba y habían pedido unos bocadillos. Avisé al tercer comensal, fui a Barbiana y anulé la reserva de una mesa para tres. Lo malo es que ese día anulé muchas más cosas porque ya nunca volvería a ver a Juan Carlos Urruchurtu. Nos habíamos visto un par de días antes. Pasó por el periódico, su apellido dejó algo perpleja a la compañera de recepción y subió a la redacción. Torbellino de ademanes, traía una cartera con cientos de ideas para el Metro de Sevilla. Fue prácticamente su último trabajo profesional. Lo había llamado su amigo, vasco como él, Enrique Urquijo, que había llevado la comunicación del Metro de Málaga. Juntos llevaron las riendas del de Bilbao, con diseño arquitectónico de Norman Foster.

Juan Carlos Urruchurtu murió la mañana del pasado lunes en el hospital de Galdácano (Vizcaya). Lo conocí el otoño previo a la muerte de Franco y me produce ahora extrañeza hablar de Franco para hacerlo de la muerte de Juan Carlos Urruchurtu. Era una fuerza de la naturaleza. Llegó en segundo de carrera y era el quinto vasco de aquella residencia de estudiantes de Periodismo. Los otros eran Pedro Ontoso y Kepa Bordegaray, de Galdácano los dos, Manu Mediavilla, de Portugalete, y Manolo, el cura donostiarra que llevaba el timón de esa casa próxima a Chamartín. Urruchurtu era de Basauri y reforzaba la mayoría vasca. El resto parecía el arca de Noé: dos asturianos, dos leoneses, dos burgaleses, dos gallegos, dos andaluces (Antonio Lorca, de Arahal, y el malagueño Curro, reforzados más tarde con la llegada de los almerienses Alfredo y Pedro Manuel) y dos manchegos (el que firma y Paco Rosell, que era el tercer comensal de Barbiana). Y un montañés, que siempre me olvido de Juan G. Ibáñez.

Urruchurtu derribó a su llegada el muro que impedía hablar de fútbol en aquella casa. En aquel Madrid de mediados de los setenta era una afición clandestina. Juan Carlos coincidió en los juveniles del Athletic con Manu Sarabia y su primo, Urruchurtu en las alineaciones, participó con Quino, Villalba y Mané en el Cádiz del ascenso de 1977, además de jugar en equipos como Baracaldo y Cultural Leonesa. Juan Carlos vino a trabajar sobre todo en los remates y la fiesta inaugural del Metro. En la terraza del Portón, anotó mis dos sugerencias: el baile del Bobote y el Eléctrico.

Coincidió ese trabajo suyo con la eliminatoria de Copa que enfrentó al Sevilla con el Athletic de Joaquín Caparrós. Se había hecho muy amigo de los Camino, unos emprendedores de Utrera que fueron a ver el partido de vuelta a San Mamés. Estaba casado con Rosa, una muchacha estupenda, y deja dos hijos. Su frase favorita era de un tío suyo, un comentario hacia las comidas sin gracia: "Está muy rico, no sabe a nada". El verano de 1976 lo pasamos juntos en Madrid traduciendo textos del francés para la revista Pueblos del Tercer Mundo, que dirigía Manolo, el cura donostiarra que nos casó a los dos. Fuimos a León, incluida pernocta en el parador de Benavente, a visitar a Emilio, que hacía la mili en el campamento del Ferral. En el viaje de regreso, conocimos por la radio del cura el fatal accidente que le costó la vida a la cantante Cecilia. Ese mismo año vimos juntos la final de la Eurocopa de Yugoslavia, cuando la Checoslovaquia de Panenka, que ahora son dos, le ganó a Alemania, que ahora es una. Un año después se llevó un buen disgusto con la Copa del Rey que el Betis le ganó a Iríbar y compañía. La primera del rey Juan Carlos, su tocayo.

Deja una impresionante estela profesional. Dirigió en las páginas de Deia el equipo periodístico que inició la investigación de los GAL, con Ricardo Arqués al frente. Participó en la gestación de proyectos como el Museo Guggenheim o el equipo ciclista Euskadi. El amigo que se lo trajo a Andalucía, Enrique Urquijo, se incorporó al equipo directivo de Renfe cuando se hizo cargo de la dirección de los ferrocarriles españoles Teófilo Serrano, ese riojano fino que vivió la intrahistoria del metropolitano sevillano y que se fue a un despacho madrileño con escala en la Embajada de España en Londres.

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