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Sevilla

Asambleas, turnos y cuentas

  • Compartir piso lleva aparejado establecer una serie de normas que garanticen la buena convivencia

Mercedes Figueroa abandonó su seno familiar cuando tenía 18 años. Con esa edad se vino a estudiar Pedagogía a Sevilla. Ya entonces comenzó a compartir piso durante su etapa universitaria. Al principio lo hizo con una amiga de su ciudad de origen, Jerez. Luego, cada año, fue cambiando de compañeros. Un curso le concedieron una Beca Erasmus y se fue seis meses a Lisboa. Allí comprobó que este tipo de convivencia estaba mucho más desarrollada que en España. Convivió en un piso compartido con inquilinos de otros países, pero no todos eran estudiantes. Había trabajadores y compañeros de mayor edad. "La situación económica que ya se vivía allí obligó a mucha gente a tener que alquilar habitaciones. No eran sólo estudiantes, sino personas con un trabajo que no les aportaba ingresos suficientes para pagar un arrendamiento para ellos solos", recuerda Mercedes.

Esta experiencia la vivió en 2004. Cuando acabó la carrera logró un trabajo por unos años en la Empresa Pública del Suelo de Andalucía (EPSA). Para ello, volvió a su ciudad natal, pero no a casa de sus padres. Se independizó. Vivió sola. "Tenía entonces un sueldo estable y me lo podía permitir. Un lujo que ya no he podido disfrutar después", reconoce.

La limpieza del hogar y la compra se reparten por turnos semanales

Una vez que se le acabó el contrato, partió a Centroamérica, a la ciudad de Guatemala. Allí volvió a compartir piso. Lo hizo, esta vez, con un grupo de amigos que habían creado una asociación cultural y educativa denominada La Casa de los Sueños. "Era una especie de networking, pero mucho más natural", añade. Regresó a España en 2012, en plena crisis. Ante el panorama laboral tan desolador, optó por seguir compartiendo piso, pero esta vez, de una forma muy especial. Mercedes reside en una casa de la Alameda que ha permanecido al margen de las reformas lujosas que se han llevado a cabo los últimos años en esta zona, que hasta principios de siglo era uno de los enclaves más degradados de la ciudad. Consta de tres plantas. Su propietario apenas ha realizado ninguna mejora en ella, lo que también "favorece" que la renta a pagar por habitación sea de 160 euros, un precio bastante asequible si se tiene en cuenta las cifras que se alcanzan en este mercado.

Actualmente la habitan seis mujeres, cuyas edades están comprendidas entre los 32 y 40 años. Sus perfiles laborales destacan por la diversidad: profesora universitaria, trabajadora social, actriz, camarera que se prepara las oposiciones de Filología, una colombiana que trabaja como cuentacuentos y que acaba de concluir un máster en Sevilla y Mercedes, que desarrolla su labor como pedagoga en una ONG.

Para una buena organización tienen establecidos turnos de limpieza de la cocina. "Cada una nos elaboramos nuestra comida, pero cada semana hay una responsable de que la cocina se encuentre en perfectas condiciones". La casa también se reparte por espacios para la limpieza. Establecen, además, un turno para la compra de víveres y otros productos necesarios para el hogar. Cada mes hay que aportar 50 euros para comprar estos artículos, pagar el agua, la luz e internet. De las cuentas se hace cargo una inquilina, que asume este cargo de forma "vitalicia". "Ella siempre desempeña esta función, que es la menos grata de todas", apostilla Mercedes, quien afirma que "conciliar los horarios para la limpieza y compra" resulta lo más complicado debido a los trabajos tan "distintos" que tienen estas inquilinas. Con cierta regularidad celebran asambleas donde se proponen mejoras para la convivencia y se analizan aspectos que aún "fallan".

La pedagoga apuesta por esta fórmula de convivencia: "Compartir piso requiere ceder. Se trata de un aprendizaje con el que nos hacemos menos egoístas en una sociedad en la que nos vendieron un modelo de éxito individual que ha fracasado".

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