Sevilla

No son un estorbo

  • Nadie en su sano juicio concibe que dos periodiostas como Linde y Cattoni alteren el orden público y estorben el discurrir del paso del Gran Poder

Los periodistas José Manuel de la Linde y Antonio Cattoni.

Los periodistas José Manuel de la Linde y Antonio Cattoni.

L A información de cofradías no está tan saturada como mal enfocada en algunas ocasiones. Mucha gente se queja de que es excesiva cuando el problema radica tal vez en su a veces dudosa calidad, en dar cobertura a asuntos internos que no guardan el requisito de responder al interés general. Mal vamos, por ejemplo, si las páginas de un periódico huelen más a incienso que a tinta. Permítanme que hoy, cosa excepcional desde que se abre esta Puerta de los Palos, me refiera por una vez a los profesionales de la denominada prensa morada, que en Sevilla es generalmente de alta calidad. La cuestión viene a cuento por las multas que la Policía Nacional ha impuesto a dos periodistas por "estorbar" y "alterar el orden" en el traslado del Gran Poder a la Catedral del pasado noviembre. Se trata de estocadas de 600 euros del ala a los que habría que sumar los intereses de demora derivados, en principio, de una notificación deficiente.

Siempre he opinado que los periodistas que cubren la información de Semana Santa en la radio, sobre todo en la radio, no están suficientemente valorados porque no se conocen unas labores de trastienda muchas veces ingratas: cuánto tienen que pasar para llegar al sitio exacto, permanecer en el lugar preciso y salir con rapidez para alcanzar el siguiente destino entre una bulla de incomprensión. Es un placer, un privilegio, llegar a casa y terminar la jornada oyendo las retransmisiones de las últimas entradas: esos clásicos de la Amargura, la Redención, San Benito, San Bernardo… Ellos no sólo aguantan de pie horas y horas, sino que soportan no pocas veces al tonto de turno que por unos minutos se cree ministro del Interior y los expulsa del sitio o se dedica a incomodarlos. Ninguno de esos profesionales está por gusto delante de un paso. Se trata de un trabajo. Están sirviendo de mediadores, llevando la Semana Santa a mucha gente que no puede estar en la calle o a muchos de sus compañeros que nos enriquecemos con sus relatos. Si fuera por gusto, tengan por seguro que preferirían estar con sus familiares o amigos en otro lugar, disfrutando de las cofradías sin la tensión de tener que retransmitir o enviar una crónica. A los profesionales de la información nos deberían apuntar a unos cursos de autoprotección contra ciertos tontos, para enseñarnos a tratar desde a los agentes con ademanes de matones hasta a los tíos de las puertas. Resulta que en el memorable traslado del Señor de aquel día de noviembre, cuando la ciudad recuperó la fe en sí misma tras el fracaso de la Madrugada de 2017, aquella jornada en la que todos nos organizamos a la perfección sin necesidad de vallas, hubo dos periodistas que a juicio de la Policía Nacional estorbaron el discurrir del cortejo: José Manuel de la Linde y Antonio Cattoni, los dos de Canal Sur. Tiene bemoles denunciar a los buenos de Linde y Cattoni por entorpecer el paso del Gran Poder. Eso no se le cree nadie en Sevilla, mis dilectos José Manuel y Antonio, lamparillas de guardia de la información cofradiera durante todo el año, siempre con tacto, con cariño, con delicadeza al tratar una información distinta por singular, que requiere de un enfoque especial por conjugar componentes como las devociones, los sentimientos y la memoria.

Qué extrañas las multas de 600 euros a dos informadores en el traslado del Señor

La buena información cofradiera se debe regir por las normas elementales del periodismo, pero teniendo en cuenta que juegan factores emocionales. Y ellos dos son un buen ejemplo de equilibrio. Se es periodista antes que cofrade, pero difícilmente se puede hacer información periodística sobre Semana Santa de forma continuada sin haber conocido el mundillo con anterioridad. ¡A cuántos papafritas han de aguantar los días de Semana Santa quienes se han formado en las facultades de Periodismo y sólo tratan de llevar a los hogares la voz del capataz, el rachear del paso de los costaleros o el sonido del cimbreo de los varales! Recuerdo, por ejemplo, el Martes Santo que entró la cofradía del Cerro de forma apresurada en el vestíbulo del Rectorado -donde se formaba la cofradía de Los Estudiantes- como consecuencia de una lluvia pasajera. Se fundieron los cortejos de las dos cofradías durante unos minutos. Con tanta bulla, tanto sobresalto y tanta improvisación, el principal problema para algunos era que en el interior de la vieja Fábrica de Tabacos se encontraba una periodista que acompañaba a la cofradía del Cerro. Probablemente a quienes advirtieron su presencia y la expulsaron se les caería la baba si cualquier día fueran invitados a su programa de radio, retratados en los periódicos o entrevistados en esas televisiones que todo el año mantienen viva la llama de la información cofradiera. A los periodistas que hacen información de cofradías se les podrá acusar de todo como a los demás profesionales, pero seguro, seguro, que nunca de estorbar el paso de una cofradía, mucho menos del Gran Poder. Es como cuando un día acusaron a Ansón de ser republicano.

Antonio Cattoni y José Manuel de la Linde jamás estorban, como no estorban muchos de los compañeros de otras emisoras que hacen información cofradiera de muchos quilates, con gran profesionalidad y con ese valor añadido del afecto y el tacto que muchos damos a los asuntos de las cofradías, un tratamiento envidiado en otras parcelas públicas sometidas a la legítima y obligada fiscalización de la prensa. Linde y Cattoni pueden hacer información incómoda en ocasiones, como corresponde al buen periodismo, pero nunca incomodar al Señor del Gran Poder. Si pudieran, le quitarían las espinas de su corona y se pasarían las horas buscando las palabras precisas para contarnos cada año, de forma distinta y original, su divina zancada, su trágico patetismo, su desgarro sereno.

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