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Cambio de moneda y de milenio

  • Legado. Antes de llegar a la Alcaldía, Monteseirín fue concejal de tres municipios y alcalde simbólico de 102 como presidente de la Diputación con la que logró el Mundial de Atletismo

Alfredo Sánchez Monteseirín, cerca de la estación de Metro de Puerta de Jerez que se inauguró durante su mandato.

Alfredo Sánchez Monteseirín, cerca de la estación de Metro de Puerta de Jerez que se inauguró durante su mandato. / antonio pizarro

Necesitaba poner tierra de por medio. Ese alejamiento que Alfredo Sánchez Monteseirín le relata a Carlos Navarro Antolín en su primera entrevista desde que dejó la Alcaldía en teatro se llama distanciamiento brechtiano y en el Código de Circulación distancia de seguridad. Ha sido el alcalde más longevo en la historia de la ciudad y su silencio, de no ser por la pericia del periodista, llevaba camino de ser tan prolongado como su mandato. Vivió en la Casa Grande el cambio de siglo, de milenio y de moneda, el 11-S y el 11-M, los magnicidios contra Nueva York y contra Madrid en la memoria de un político que dejó de ser alcalde el año 11. Como Manuel del Valle 16 años antes, Alfredo llegó a la Alcaldía desde la presidencia de la Diputación. Antes de ser alcalde de Sevilla (1999-2011) fue concejal de La Rinconada, Burguillos, la patria chica de Marifé de Triana, y de Mairena del Aljarafe y alcalde simbólico de los 102 municipios de la provincia, desde San Nicolás del Puerto hasta Badolatosa. Con este acervo de pueblos, muñidor de vegas y de sierras, viajó hasta Turín para conseguir de Primo Nebiolo el Mundial de Atletismo para Sevilla, que se inauguró el 20 de agosto de 1999 en el estadio de la Cartuja que comparten los municipios de Sevilla y Santiponce.

Hermano y padre de periodistas, Alfredo sabe que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Pero esta ciudad gusta de ser dueña de sus palabras y esclava de sus silencios. El marxismo que impera es el de Harpo, el hermano mudo de Groucho. Sólo asistí a un pleno de la Diputación cuando la presidía Sánchez Monteseirín. Fue un bingo literario porque a la salida saltó la noticia del Nobel de Literatura a José Saramago, periodista consorte desde que el destino lo unió a Pilar del Río, cuando ella viajó de Sevilla a Lisboa para encontrar al autor de la novela El año de la muerte de Ricardo Reis.

Primeros espadas del socialismo sevillano, valga la redundancia, intentaron sin éxito coronar sus trayectorias políticas con la guinda de ser alcaldes de Sevilla. El tripartito del 79 y la permuta de Granada por Sevilla le quitó el caramelo a Antonio Rodríguez Almodóvar, que se conformó con una tenencia de Alcaldía y la delegación de Educación; el partido no le permitió a Alfonso Guerra alcanzar ese sueño, reservándolo para destinos de diferente enjundia, siendo como alguna vez ha dicho Antonio Burgos "más sevillano que la madre que lo parió"; Luis Yáñez, el único que creía en la Expo cuando el certamen era una quimera, encabezó la candidatura del 91, pero la guerra de los Rose de Alejandro y Soledad, un matrimonio tormentoso de dos mandatos, lo dejó compuesto y sin bastón y muy pronto dijo pies para qué os quiero. José Rodríguez de la Borbolla sucedió a Escuredo en la presidencia de la Junta pero perdió las primarias con Monteseirín para presentarse a las municipales del 99, después de calentar banquillo como portavoz de su grupo, lo que le valió la dolorosa misión de ser uno de los portadores del féretro con los restos de su compañero de Corporación Alberto Jiménez-Becerril el año que enero sólo tuvo 30 días.

En la entrevista con Carlos Navarro, Alfredo reivindica la dimensión internacional del alcalde de Sevilla, en consonancia con la historia y la relevancia de la ciudad. Como precedente de esa voluntad, siendo presidente de la Diputación llegó a plantear hace veinte años la conveniencia de que toda la corporación viajara a Bruselas para celebrar un pleno en la capital belga. La misma ciudad en la que se refugió Carles Puigdemont como prófugo de la Justicia disfrazado de exiliado. La Sevilla olivarera, que tiene en Arahal a la mayor productora mundial de aceituna de mesa, donde fue alcalde el bueno de Miguel Manaute, el consejero de Agricultura de la fallida reforma agraria, pretendía protestar con ese gesto contra la propuesta de reforma de la OCM (Organización Común del Mercado) del aceite alentada por el entonces comisario austriaco Franz Fischler al que tantos quebraderos de cabeza le provocó la entonces ministra de Agricultura Loyola de Palacio. Que no se crea, pues, Puigdemont que ha inventado ningún tipo de pólvora. Alfredo Sánchez Monteseirín ya pensó en Bruselas, pero no como tierra de escapada maquillada de destierro, sino para darle una bofetada dialéctica a los criterios comunitarios sobre la aceituna de mesa en la que Sevilla sigue siendo una potencia como cuando Benito Villamarín, el gallego que fue presidente del Betis, iba a negociar con su mercancía a los mejores hoteles de Nueva York.

El silencio de Sánchez Monteseirín equivale a dos alcaldes, Juan Ignacio Zoido y Juan Espadas, al que le apura para que en 2019, quinto centenario de la partida de Elcano y Magallanes para dar la vuelta al mundo, su goleta sea la primera en llegar al puerto de las municipales. Los doce años de Sánchez Monteseirín son un puente de tiempo entre dos alcaldías del PP; acueducto entre Soledad Becerril y Zoido, la ministra que después fue alcaldesa y el alcalde que dejó la oposición municipal y su legado del plebiscito del Corpus para ser ministro del Interior del Gobierno de España, donde se llevó a sus caballeros veinticuatro, y consejero de Interior de Cataluña.

Ya hay una Sevilla en tiempos de Monteseirín, sin las pretensiones de la Sevilla de Cervantes que rebobinó Caballero Bonald. Su silencio tenía un mensaje metafísico: que hablen mis obras.

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